Invito a la lectura de este riguroso artículo sobre la
izquierda y la cuestión catalana firmado por Antonio Santamaría.
A medida que se aproxima la fecha del referéndum unilateral
se agudiza la polarización en la sociedad catalana y la división entre las
izquierdas del país. Aquí se analizan los argumentos de los partidarios de
apoyar la participación en el referéndum.
Esta fractura es especialmente visible en el espacio de los
Comunes donde un sector próximo a Iniciativa per Catalunya difundió el
manifiesto L’1 de octubre no hi anirem mientras que otro sector más
ligado a EUiA, entre ellos el sociólogo Manuel Delgado o el histórico militante
Celestino Sánchez, organizado en la plataforma Comunistes pel Sí, ha
publicado otro manifiesto donde defienden la participación en el referéndum y
el voto favorable a la secesión. Estas discrepancias han trascendido en forma
de enfrentamiento entre la dirección estatal de Podemos y el secretario general
de Podem Catalunya, Albano Dante Fachín, que contra el criterio de Pablo
Iglesias y Pablo Echenique, se muestra favorable a participar en la consulta.
Un enfrentamiento que en la dirección de Catalunya en Comú (CeC) se ha resuelto
en una ambigüedad estructural, de manera que cuando faltan escasas semanas para
la consulta la formación liderada por Ada Colau aun no se ha definido sobre su
postura en un tema de trascendental importancia. Justamente, estas ambigüedades
y complicidades respecto al movimiento independentista podrían provocar, según
el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), un trasvase del voto de los
barrios obreros de CeC, hostil a la independencia, hacía el PSC, al menos en
las elecciones al Parlament de Catalunya, donde el debate
político está centrado monotemáticamente en la cuestión de la
independencia.
Autodeterminación
Los argumentos de los partidarios, desde la izquierda, para
participar y validar el referéndum unilateral pivotan sobre tres ejes. En
primer lugar se trata de ejercer el derecho a la autodeterminación. En segundo
lugar, el referéndum es una gran oportunidad para quebrar el denominado régimen
del 78 e impulsar un cambio progresista en el conjunto del Estado español. En
tercer lugar, la República catalana creará, mediante un proceso constituyente,
una correlación de fuerzas favorable a la clase trabajadora. Un planteamiento
que pretende vincular en un mismo proceso la lucha por la liberación social y la
emancipación social.
Analicemos, pues, la validez teórica y política de estos
argumentos. Respecto al primer punto, se realiza una interpretación abusiva del
derecho a la autodeterminación como un derecho democrático universal e
irrestricto, situándolo al mismo nivel de otros derechos fundamentales como las
libertades de expresión, reunión, manifestación o la participación democrática
en la vida pública. El derecho a la autodeterminación, según la legislación
internacional, está reservado a naciones o pueblos sometidos a dominación
colonial u ocupación militar que impiden su libre desarrollo cultural o
económico. Ahora bien, estas circunstancias no se dan en Catalunya. Esto
explica, en parte, los esfuerzos por presentar al Estado español como un
régimen semidictatorial, heredero del franquismo. Ello a despecho que Catalunya
dispone de un amplio régimen de autogobierno, ciertamente ampliable y
mejorable. De ahí que, para obviar este obstáculo, se utilice la locución de
“derecho a decidir”.
Desde la izquierda marxista, se invoca la defensa de V. I.
Lenin al derecho a la autodeterminación, pero se ignora la supeditación y el
condicionamiento que éste realizaba al ejercicio de este derecho en función del
análisis concreto de los intereses de clase como ha expuesto en un
excelente artículo José Luís Martín Ramos. Ello sin mencionar la postura
radicalmente contraria a este derecho de otra revolucionaria como Rosa
Luxembourg que lo consideraba uno de los principales peligros para la unidad
internacional del proletariado y una prueba de la penetración del nacionalismo
pequeñoburgués en el cuerpo doctrinal del marxismo. En cualquier caso, resulta
falaz presentar el derecho a la autodeterminación de las naciones como un
derecho universal e irrestricto cuyo no reconocimiento por el Estado español
demuestra su carácter no democrático, puesto que la práctica totalidad de los
Estados democráticos no lo reconocen en sus ordenamientos constitucionales.
A nuestro juicio, los importantes apoyos sociales y
políticos al independentismo, justifican la convocatoria de un referéndum de
autodeterminación, pero no como la aplicación de un derecho universal, sino
como la respuesta democrática a una exigencia de una parte sustancial de la
ciudadanía catalana. Esto, como ha ocurrido en Escocia, debe ser el producto de
un pacto con el Estado y entre las fuerzas políticas catalanas, con garantías
democráticas y un debate a fondo sobre los prejuicios y beneficios de la
secesión, como se estipula en las condiciones de la Comisión de Venecia o en la
Ley de la Claridad canadiense. Ninguna de estas condiciones se da en la
convocatoria del 1-O. Podría argumentarse satisfactoriamente que la negativa
del gobierno del PP a considerar esta salida es el principal escollo en este
sentido. Sin embargo, tampoco el ejecutivo de Junts pel Sí, en cuyo programa
electoral no figuraba el referéndum, y sus aliados de la CUP ha facilitado esas
mínimas garantías democráticas. Empezando por la manifiesta parcialidad de los
medios de comunicación de la Generalitat, la negativa a realizar un amplio
debate parlamentario sobre el tema e imponiendo unilateralmente unas
condiciones respecto al quórum de participación y las mayorías requeridas para
legitimar la secesión inaceptable desde una exigencia mínimamente democrática.
República catalana
Respecto al segundo argumento, la celebración del referéndum
y la declaración unilateral de independencia supondrían, en efecto, una ruptura
pero no sólo con el régimen del 78, sino con el Estado español que ha
experimentado a lo largo de su atormentada historia monarquías y repúblicas.
Resulta más que discutible que una hipotética Republica
catalana independiente supusiese un factor de progreso y mejora respecto a un
ordenamiento jurídico-político producto del pacto entre la oposición
democrática y los sectores reformistas del franquismo. Ciertamente el régimen
de 78, atravesado por una triple crisis politicoinstitucional, económica y
territorial, está reclamando como mínimo una profunda reforma o en el mejor de
los casos la apertura de un proceso constituyente a nivel estatal. Sin embargo,
la secesión de Catalunya, uno de los territorios más ricos del país, entorpece
más que facilita este proceso, en la medida que reactiva al nacionalismo
español y es percibido con escasas simpatías por amplios sectores de la
población española. Históricamente, Catalunya había estado en la vanguardia de
los movimientos de democratización y ampliación de los derechos sociales en
España. Así fue en las dos repúblicas y la transición.
La deriva independentista no solo supone una ruptura con
esta tradición, sino que dificulta extraordinariamente que ahora éste pueda
ponerse en marcha. Si las fuerzas políticas catalanistas, en vez de apostar por
la secesión, lo hubiesen hecho por una transformación del régimen del 78,
quizás este proceso habría sido imparable. De hecho, el proyecto
independentista está ayudando más que cualquier otro factor a aposentar el
gobierno del PP.
Además, por lo que se ha filtrado a los medios de
comunicación, la República catalana tendría un fuerte contenido
presidencialista y de carácter étnico que se contradice con la pluralidad
identitaria de la sociedad catalana.
Medios y fines
El tercer argumento de las izquierdas que apoyan el
referéndum del 1-O nos sumerge en el ámbito de la fantasía política y en la
proyección de sus ilusiones. La base social del movimiento independentista no
es la clase trabajadora, sino las clases medias formateadas ideológicamente por
el nacionalismo identitario durante el pujolismo. De hecho, la clase
trabajadora catalana, en gran parte de origen español, se muestra hostil a la
secesión, tanto por sus vínculos sentimentales y familiares con el resto de España,
como por instinto de clase, pues resulta evidente que quienes defienden la
separación son los mismos que han ejercido sobre ellos una dura dominación de
clase.
Llegados a este punto, podría argumentarse que la hegemonía
del movimiento nacionalista/independentista está pasando del nacionalismo
burgués de CiU (ahora PDeCat) al nacionalismo pequeñoburgués de ERC,
potencialmente aliado con las izquierdas. No obstante, desde el punto de vista
social, el radicalismo de ERC es puramente verbal y más allá de algunas mejoras
en las condiciones de vida y laborales de los trabajadores no puede esperarse
de esta formación una apuesta por un cambio de las estructuras socioeconómicas
del país. Así, pues, los trabajadores catalanes no tienen nada que ganar con
una secesión que no sólo les separa del resto de la clase obrera española, de
la que se sienten parte, sino que los amenaza, por motivos identitarios,
en convertirlos en extranjeros del nuevo país. Además, se comete un
error de gran calibre al situar en el mismo nivel la lucha nacional y la
social. El terreno de juego de las reivindicaciones nacionalistas, como se ha
demostrado ampliamente en la reciente historia de Catalunya, es siempre
favorable a la burguesía y la pequeño-burguesía, y en el que la cuestión social
siempre acaba subordinándose a las necesidades de la causa nacional.
El referéndum de autodeterminación es un procedimiento que
contiene dos elementos estrechamente vinculados. Por un lado, es un instrumento
para resolver un conflicto nacional; por otro, es el medio para alcanzar el
objetivo de un Estado propio. En el primer caso, los referéndums de esta
naturaleza pueden ser útiles para pacificar los conflictos nacionalitarios,
como en Quebec o Escocia, o por el contrario ser la chispa que encienda la
conflagración como sucedió en Croacia y Bosnia. El planteamiento del 1-O está
más orientado a incrementar el conflicto que a pacificarlo. En el segundo caso,
como releva tanto el programa de Junts pel Sí, como las condiciones anunciadas
para declarar su victoria en el referéndum, resultan un mero formulismo para
proclamar la secesión, sin tener en cuenta los apoyos reales a la
separación.Por todo ello, la izquierda catalana habría de oponerse a este
referéndum tal y como está planteado, aunque no descartar la celebración del
mismo como respuesta democrática a las reivindicaciones de un amplio sector de
la ciudadanía catalana. Esto, desde luego, implica un cambio profundo en la
correlación de fuerzas en España y una modificación de su actual Constitución. También
y sin ningún tipo de ambigüedades, debería oponerse a la secesión. No sólo
porque divide a una clase trabajadora, extremadamente desestructurada, sino
porque proyecta una República para uso y consumo de las clases medias
nacionalistas
Excelente artículo y lo mejor, escrito desde un punto de vista basado en la confrontación de clases. Ya tocaba
ResponderEliminarExcelente artículo y lo mejor, escrito desde un punto de vista basado en la confrontación de clases. Ya tocaba
ResponderEliminarDesde mi punto de vista las CUP son en su inmensa mayoría los hijos radicalizdos de la burguesía conservadora que apoya a Puigdemont: una anticapitalismo basando en principios etnicistas y antiuniveralistas que siempre ha proliferado entre los hijos de las clases medias acomodadas o venidas a menos.
ResponderEliminarQuerido amigo. Estamos formando una red de personas con ideas parecidas a estas. Si te interesa podemos incluirte y tenerte informado (afsteinko@gmail.com)
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