2. Los partidos antineoliberales
Las “Mesas” han propuesto un programa
antineoliberal de mínimos que, naturalmente, se puede y debe ir redefiniendo
con el tiempo. No es posible saber
hoy exactamente qué partidos estarían dispuestos a suscribirlo aunque la agudización de la crisis lo
pone cada vez más fácil. En todo
caso, el espectro está relativamente claro: desde los sectores socialistas no
socialliberales hasta las formaciones más explícitamente anticapitalistas
pasando por algunas formaciones -o al menos algunas corrientes dentro de estas
formaciones- con una fuerte adscripción identitaria pero sensibles a un
discuros antineoliberal, así como
los sectores potencialmente antineoliberales del ecologismo (sectores
dentro de Equo, por ejemplo). Que estos útlimos partidos se incorporen a un
bloque antineoliberal depende de la corriente que se imponga dentro de ellos.
Más difícil parece ganar a los partidos independentistas para un proyecto así,
hoy por hoy casi exclusivamente orientados a contruir su propio proyecto soberanista
no sólo al margen, sino contra “el Estado español” -sea republicano, sea
democrático o no-, el mismo que la izquierda estatal necesita construir y
democratizar frente a las políticas neoliberales de Estado mínimo.
El grueso del poder institucional está
concentrado hoy en Izquierda Unida. Decidió en su última
Asamblea Federal su “refundación”. Aunque este proyecto fue formulado de forma
vaga, el grueso de la organización entendió que se trataba de democratizarla y
mejorarla hacia dentro (“refundación de IU”) y también de crear un espacio
político y electoral más amplio en el que tuvieran cabida más actores y que
conectara más decididamente con los movimientos sociales, es decir, que abriera
un escenario de “hegemonía plural” (“refundación de la izquierda alternativa”).
Ninguno de los dos proyectos acabaron prosperando e IU sigue siguió siendo el reclamo
electoral de un solo partido -el PCE- hasta que la creación del partido
Izquierda Abierta la ha convertido en una “coalición” en el sentido literal del término. Izquierda Abierta goza de un apoyo importante entre
profesionales urbanos con presencia en los medios de comunicación. Este hecho,
que sólo en parte contrarresta la espalda que le han dado muchos profesionales
a la izquierda alternativa con su acercamiento a UPyD, es una aportación importante
al bloque antineoliberal. La “convocatoria social” lanzada por el PCE va en un
sentido inverso al de la convergencia y la pluralización. Se trata del intento de crear un movimiento social “propio” antes que de acercarse a los existentes. Este intento no tiene en cuenta que la verdadera aportación que pueden hacer los
movimientos sociales a un bloque antineoliberal pasa por mantener la autonomía de estos últimos, lo cual no excluye la coordinación y el diálogo con ellos.
Poco nuevo pueden aportar los movimientos sociales si sólo son “expresiones” en la calle de determinados partidos. De cara a las elecciones generales la dirección de
IU modificó esta estrategia acercándose a dichos movimientos, reconociendo la importancia del fenómeno del 15-M, y reconociendo también su autonomía e incluso en parte contando con algunos de sus activistas para la
confección de listas electorales. Fruto de esta modificación es la candidatura
de Alberto Garzón en el primer puesto por Málaga, al que la dirección del PCE
dio prioridad por encima del candidato inicial del “aparato”. Pero en las elecciones al parlamento de Andalucía la estrategia retornó al punto
anterior. La dirección del IU-CA no se mostró receptiva al llamamiento que
hicieron los movimientos sociales andaluces, junto con otros partidos
antineoliberales menos importantes, para crear listas conjuntas y reforzar la apuesta
institucional con apoyos firmes y consensuados en los movimientos sociales. El
proceso de negociación con Griñán transcurrió por estos mismos cauces autosuficientes y su participación en el gobierno andaluz tampoco ha
tenido en ningún momento en cuenta la información, la opinión o la complicidad
de los movimientos sociales que no fueron consultandos o incorporados al proceso, ni tan siquiera de forma
simbólica. Es lógico que estos se abstengan ahora de defender las medidas que
tome dicho gobierno y que no se sientan ni tan siquiera moralmente obligados a
legitimarlas independientemente de sus contenidos. Teniendo en cuenta la
necesidad de hacer recortes, siempre difíciles de legitimar y que justamente por ello exigirían esfuerzos adicionales de comunicación, se puede decir que
aquí hay una visión altamente voluntarista e ingenua del poder que pueden desplegar las instituciones. La
sensación que transmite hoy a dirección de Izquierda Unida, aparentemente animada
por los resultados electorales, es que no apuesta por construir una hegemonía compartida para luchar contra
el neoliberalismo sino que considera que se vale por sí misma.
Si tenemos en cuenta el importante apoyo
político que aún conserva el PSOE y el importante poder -formal e informal- que
ha acumulado a lo largo de los años, parece difícil consolidar un polo
antineoliberal en España si no es ganando una buena parte del apoyo y de la
influencia que aún conserva este partido mayoritariamente socialliberal. Una
parte muy importante de sus votantes -y también de sus militantes- apoyarían un
proyecto antineoliberal, pero estos parecen ser muy reticentes a apostar por otras opciones políticas y la mayoría prefiere,
si acaso, la abstención. La creación un espacio socialista propio de
orientación antineoliberal incorporándolo a un Frente de Izquierdas siguiendo
el ejemplo francés y griego podría provocar aquí un reforzamiento y una
pluralización importante del polo antineoliberal. Como en Francia, en Alemania y Grecia,
dicho espacio sólo puede ser el resultado de un agrupamiento de votantes y
miltantes socialistas, su transformación en una organización o corriente
independiente y la incorporación de esta a un Frente de Izquierdas con el resto
de las fuerzas antineoliberales. Este proceso ya está en marcha (http://contruyendolaizquierda.blogspot.com.es/)
Izquierda Anticapitalista (IA) ha venido
trabajando en la creación de un polo político propio junto a personas activas
en Ecologistas en Acción y en el sindicado CGT. En la actualidad, su dirección
está en manos de gente bastante
joven con un discurso en el que la idea de la convergencia parece tener poca
cabida, y que la ha llevado a cosechar resultados mediocres en las últimas
elecciones. La evolución poco prometedora de esta estrategia en su organización
hermana francesa (NPA), tras el desgajamiento de dos grupos (Izquierda Unitaria y Convergencia y
Alternativa), ambos incorporados al Front de Gauche junto al Partido Comunista
Francés y el Parti de la Gauche formado por ex-socialistas de orientación
antineoliberal, podría animar a IA a un cambio de estrategia. También Equo ha
destinado sus principales energías a constuir un espacio propio, con lo cual ha
sido poco receptiva a un mensaje de convergencia. En su seno hay sectores que
podrían forzar la incorporación del partido en una alianza tipo Frente de Izquierdas, si bien su fuerte dependencia del Grupo Verde Europeo y la, hoy por
hoy, escasa orientación antineoliberal de dicho grupo lo podría dificultar. No
hay que descartar que se produzcan cambios, sin embargo, dada la extrema
volatilidad de la situación. La incorporación de otros grupos de la izquierda
organizada con programas anticapitalistasa a un bloque antineoliberal depende
de si consideran compatible el “neoliberalismo” con su proyecto “anticapitalista” y de que las
corrientes unitarias se vayan haciendo mayoritarias dentro de las respectivas
organizaciones.
Conclusión: el Frente de Izquierdas
El columna del poder institucional es
fundamental para enfrentarse al neoliberalismo. Ni la justificada crítica de
las culturas políticas institucionales o del secuestro de las instituciones por
parte de los intereses endogámicos (financieros, “clase política” etc.) debe
dar lugar a engaño: la legitimidad democrática no emana sólo de la “gente”
activa en las plazas o en las ONGs. Las instituciones, tal y como han sido diseñadas, no facilitan los
cambios profundos, pero siguen siendo fundamentales para provocarlos. En los
últimos meses se ha avanzado hacia la convergencia, pero también se han dado
pasos atrás. Lo que ha prevalecido es la consolidación de los espacios
políticos e institucionales propios, pero no con la perspectiva de converger en algún punto, sino haciéndolo frente al resto. Es posible que algunos de estos procesos hayan
sido necesarios, pero urge inaugurar ahora una nueva etapa: toca darle
prioridad a la convergencia, a la construcción de una
hegemonía compartida, también en alianza con los movimientos ciudadanos pero
en cualquier caso frente a las dinámicas endogámicas y a la tentación de crear
hegemonías unilaterales. Prácticamente todas estas organizaciones reconocen y
apoyan la importancia de la unidad y, por ejemplo, la labor de las Mesas de
Convergencia. Pero su participación en iniciativas conjuntas ha ido menguando
en los útlimos meses a pesar de una retórica unitaria que todos parecen sentirse obligados a mantener. Decididamente es necesario que cambien las cosas: tanto
dentro de esta columna, como en su relación con las demás.
El
formato que más se ajusta a la contrucción de una hegemonía compartida es el de
la formación de una una coalición tipo “Front de Gauche” en Francia o tipo
“Syrizia” en Grecia. En ella tienen que estar representadas las dos o tres grandes tradiciones de
la izquierda y, en cualquier caso, la tradición socialista debido a su
particular peso en la izquierda hispana. También los sectores más
antineoliberales de los partidos de adscripción identitaria dispuestos a
desarrollar proyectos compartidos, así como sectores del ecologismo organizado, tienen un lugar en este espacio. La incorporación a un Frente de Izquierdas no
tiene que conducir a la liquidación
de la identidad
programática de las diferentes organizaciones políticas, pero en ningún caso
debe debería tratarse sólo de una coalición electoral. Puede y debe generar,
además, una dinámica de comunicación con capacidad de liberar recursos
políticos (“sinergias”)
adicionales, de conectar
con los movimientos sociales y de ir aproximando esquemas mentales, estrategias
y lenguajes. Una pieza a encajar aquí es la de las personas que no están, ni
tampoco pretenden afiliarse a ninguna organización política, pero que sí
participarían activamente en una dinámcia de Frente de Izquierdas: habría que buscar
un encaje para ellas cuyo número podría llegar a ser más importante que
el de la suma de todos los afiliados de las diferentes organizaciones. Otra pregunta importante es la siguiente: ¿dónde está depositada la legitimidad para
decidir cuestiones peliagudas como la participación en gobiernos de coalición?
Hasta ahora esta consulta, cuando se hace, sólo afecta a los afiliados como si
fueran ellos los únicos responsables de un determinado resultado electoral.
Cuando, como en décadas pasadas, la afiliación era sustancialmente mayor y más
representativa de la sociedad, este tipo de consultas estaban más legitimiadas. Pero la cosa cambia cuando los afiliados son muy pocos y muchas veces poco
representativos como sucede en los partidos de cuadros que son la mayoría
también en el campo de la izquierda alternativa. Otra pieza relacionada con
esta es el procedimiento de confección de listas electorales: ¿son suficientes
los consensos internos en los partidos o no saldría reforzado el bloque
antineoliberal si se organizaran primarias en las que pudiera participar un
grupo amplio de ciudadanos organizados y no organizados?
Lo que queda descartado, en cualquier caso, es
la posibilidad de ampliar el poder institucional de la izquierda antineoliberal
con políticas de hegemonía única, sean del signo que sea. Los partidos
políticos tampoco le hacen un buen servicio a la lucha contra el neoliberalismo
con estrategias reducidas a acaparar recursos económicos e institucionales
escasos destinados a sanearse hacia dentro, a pagar liberados, a hacer
“visible” su propia organización frente a las otras etc.. Esto no sólo produce
un justificado desencanto entre los ciudadanos, sino que refuerza el
desencuentro entre partidos y movimientos sociales debilitando el bloque antineoliberal.
3. El trabajo organizado
El neoliberalismo es un proyecto destinado a
forzar un aumento de las rentas del capital, de las rentas financieras y de las
rentas inmobiliarias a costa de la remuneración del trabajo. La principal
función de los sindicatos consiste en impedirlo. En España son débiles pues se
tuvieron que consolidar en un momento en el que la renta ya empezaba a
arrinconar al trabajo (aumento del desempleo estructural, primeras políticas
monetaristas ya hacia mediados de los 1980 etc.). Con todo: son los únicos
espacios organizados que tupen todo el territorio de forma comparable a, por
ejemplo, la iglesia. No hay ningún otro espacio con varios millones de
afiliados cotizantes, por mucho que esta cotización sea una forma muy débil de
compromiso y que esconda orientaciones políticas mas distintas de lo que
parece. En los años 1990 el grueso de los sindicatos europeos se ha sumado a
una estrategia corporativa (el “corporativismo para la competitividad”: ver
Revista Mientras Tanto nº 83 y 84) plasmada en el Tratado de Lisboa. Este se
inserta en un modelo económico del que han salido ganando los países fuertes a
costa de los débiles y se ha convertido en uno de
los orígenes del actual colapso financiero en Europa que nace en buena medida
de los desequilibrios comerciales. Esto, además de la tendencia a convertirse
en meras “empresas de servicios” despolitizadas, les ha permitido ganar
afiliados en los tiempos del capitalismo inmobiliario, pero les ha restado
recursos para reaccionar a la actual situación de cambio. A esto se suma el desplome de una parte de la armadura institucional creada desde
1978 en la que los sindicatos tenían una importante cabida, así como la erosión
de algunos ejes del derecho del trabajo, en ambos casos debido a las
medidas de los partidos mayoritarios.
Con todo: por mucho que los sindicatos hayan
apostado en los últimos años por una estrategia que ha resultado ser
insostenible, se trata de piezas de las que en ningún caso se puede prescindir
en la lucha contra el neoliberalismo. Las últimas huelgas generales son sólo un
ejemplo de ello. Pero, igual que
los movimientos sociales y los partidos políticos, los sindicatos tienen sólo
un determinado radio de influencia. Nunca podrán ser espacios tan politizados
como los partidos, lo cual no quita para que tengan que elevar su nivel de
politización, un imperativo inesquivable en la actual situación de cambios
profundos. Esta revisión pasa por acercarse a los movimientos sociales y a los
partidos antineolibrales, y al revés. Una tarea que tiene pendiente mucha gente
que participa en el 15-M es informarse sobre la realidad interna del mundo
laboral y sindical, sobre las las dinámicas de poder y de explotación que rigen
en las empresas y, en
consecuencia, sobre el trabajo diario y meritorio de la mayoría de los
delegados sindicales. Pero el desencuentro entre los nuevos movimientos ciudadanos y sindicatos, y
los partidos es grande también por razones estructurales: el paro juvenil, el retraso de la
incorporación al trabajo y la temporalidad laboral reduce objetivamente los
contactos de los jóvenes con el movimiento obrero. Pero por muy
difícil que sea: su aproximación sigue siendo imprescindible.
UGT y CCOO tienen un pacto estratégico de
unidad sindical y representan el grueso del poder del trabajo organizado en
España. Más o menos profundo es el desencuentro entre estos y otros sindicatos
más pequeños o nacionalistas como sucede en Euskadi y Galicia. El poder
sindical es superior al que se desprende del (bajo) nivel de afiliación, pero
demasiado escaso como para prescindir de un acercamiento consecuente a partidos
antineoliberales y movimientos sociales (poder blando), máxime teniendo en
cuenta que ninguno de los grandes medios de comunicacación social defienden la
posición del trabajo frente al capital. Los sindicatos han mostado una
tendencia a sobrevalorar la sostenibilidad de su propio poder intitucional, lo
cual les ha llevado a infravalorar la importancia de su alianza con el resto de
la sociedad, una situación que
sólo cambia cuando se intenta reforzar la legitimidad de las huelgas (por ejemplo: “todos los los
ciudadanos están interesandos en que las condiciones del trabajo de los empleados
públicos no sean precarias: productores y consumidores tienen intereses afines”. Esto se ha traducido en una tendencia a tratar
de forma poco igualitaria a las demás columnas (por ejemplo convocando
reuniones para hacerse una foto con los movimientos sociales y no para
desarrollar estrategias conjuntas) que han reforzado los desencuentros. Esta
sobrevaloración del propio poder tiene consecuencias graves en un momento en el
que el pactado en los grandes acuerdos de la Transición se
está debilitando rápidamente en los últimos años.
Conclusión: politización y conocimiento mútuo.
El trabajo
organizado es una pieza imprescindible para un bloque antineoliberal. Incluso en España, donde el nivel de
afiliación sindical es bajo, el paro muy alto y donde mucha gente -sobre todo
jóven- nunca ha tenido una
experiencia laboral estable que facilite su aproximación a los sindicatos. Se
observa últimamente un intento de aproximación a los movimientos sociales por
parte de los sindicatos mayoritarios -por ejemplo a ATTAC pero también al 15-M:
ver el apoyo sindical a los actos del 12-M de 2012, creación de la Plataforma
por la Defensa de los Servicios Públicos-, pero los desencuentros siguen siendo
grandes de forma que hay que dedicar más
recursos a reducirlos. Algunos activistas del 15-M tienen una fuerte
tendencia a tirar al niño con el agua (“todo lo viejo es inservible, hay que
empezar de cero” etc. ), también las décadas de paciente trabajo acumulado por
el movimiento sindical. Por mucho que algunas críticas a los sindicatos sean justificadas o
que no se compartan algunos de sus acuerdos -que, por lo demás, son libres de
firmar bajo su propia responsabilidad-: es un error tratar a los sindicatos
como enemigos tal y como hacen algunos activistas procedentes de los ambientes
profesionales urbanos. Aquí hay muchas veces una simple necesidad de información.
Encuentros frecuentes, cursos compartidos y ganas de aprender los unos de los
otros, podría desbloquear mucho las cosas en beneficio mútuo. Así, por ejemplo,
los sistemas de comunicación por red desarrollados por los activistas del 15-M
podrían convertirse en una aportación muy interesante para la estrategia de
movilización sindical.
4. Hacia un nuevo ciclo de convergencias
Las tres columnas del poder
antineoliberal son son excluyentes sino complementarias. Incluso dentro de la
columna de las organizaciones políticas hay una solución realista para dejar
detrás las rivalidades: la creación de un Frente de Izquierdas sobre la base de
un programa antineoliberal común. La crisis y los deseos mayoritarios de la
población no conducen automáticamente a la aproximación y la unificación de
fuerzas: hay demasiados ejemplos en la historia de división en momentos en los
que había que haber hecho todo lo contrario, división que sólo tras la derrota
fue identificada como “suicida”. Lo que ha sucedido en los últimos meses no es
todo esperanzador en este sentido. No es suficiente con declarar la “necesidad
de unidad”: hay que hacer esfuerzos concretos y continuados dándole una
prioridad estratégica a la convergencia que hoy (aún) no tiene. Esto pasa por
reconocer la necesidad mútua y la
complementariedad de las tres columnas, incluida la importancia del “poder
blando” que pueden desarrollar los movimientos sociales para el arrinconameinto
cultural del neoliberalismo en un contexto de escasa pluralidad informativa.
Antes que invitar de forma idealista y solemne a la “unidad”, parece más
prometedor que las personas activas en cada uno de estos tres espacios con
buenas relaciones y simpatías con espacios colindantes abran brechas de
comunicación entre ellos, tomen la iniciativa en la organización de foros,
encuentros y acciones comunes que podrían desembocar en la puesta en marcha de
actos públicos unitarios dirigidos a toda la sociedad pero también a aquellos
que son insensibles al dramatismo del momento y siguen tocando el arpa en sus minúsculos espacios. Las
Mesas de Convergencia Ciudadana y Acción Social lleva un año largo trabajando
en esta dirección: sumarse a ellas
desde la autonomía de cada uno, es una forma como otra de sumarse a la única
estrategia que puede salvarnos de la extensión de la barbarie: la convergencia
de todas las fuerzas antineoliberales.
Me gustaría plantear algunas dudas que tengo ¿Qué pasa con los militantes de IU que no son del PCE ni de IAb? A la hora de hacer un frente se tendría que romper IU ¿Los no adscritos a un partido o corriente interna no cuentan? ¿Cómo los incorporamos a algo nuevo?...
ResponderEliminarLuego ¿Qué formaciones concretas entrarían en ese frente? ¿Qué ocurre con los nacionalismos? ¿prescindimos de las formaciones que quieran proyectos nacionales-soberanistas?
Me parece interesantísimas tus aportaciones, aunque es cierto que la mayoría de los miembros de cada uno de los partidos siguen en una dinámica de confrontación, yo sólo haría una apreciación, es necesario incorporar también a los partidos de izquierda de un ámbito territorial concreto: BNG, Compromís, sectores del andalucismo, ICV, Chunta, etc
ResponderEliminarSe puede trabajar con ellos, pero sólo se se tiene una propuesta estratégica de país. Hasta que esto no sea el caso la izquierda navegará en sus aguas independentistas (hablo de esquerra, el BNG o Bildu)
ResponderEliminarCreo que el procés marca un antes y un después a lo que se refiere a la existencia de intereses coincidentes ente indepes de "izquierda" y el resto de la izquierda española. Tenemos que dejar de seguir enganándonos como hemos hechos desde la República: Azaña y Negrín también tuvieron que reconocerlo.
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