XVIII Semana Social
“Ricardo Alberdi”, San Sebastián, Junio 2010
1. Los "treinta años gloriosos” del capitalismo
El período de expansión y bonanza económica denominado
“fordismo” y también bautizado como los “treinta años gloriosos del
capitalismo”, comienza después de la Segunda Guerra Mundial y termina hacia
mediados de los años 1970. Este período es el resultado de un pacto de clase
que trabajo y capital firman inmediatamente después de la Segunda Guerra
Mundial en una situación francamente desfavorable para este último. Estos pactos
quedan plasmados en lo que el politólogo canadiense Robert Cox denomina “las
constituciones no escritas”. Las “constituciones no escritas” son una serie de
acuerdos informales que sólo en algunos casos se reflejan en
constituciones pero que en todos los casos estaban implícitos en las grandes
políticas de los gobiernos occidentales de aquellos años.
Dichos pactos dieron pie a un capitalismo domesticado, es decir, regulado
políticamente en el que a también a las clases populares se les reconoció el
derecho de beneficiarse del crecimiento económico.
Pero además estos pactos facilitaron la acumulación de recursos de poder por parte del trabajo asalariado. Y no sólo porque incluían una serie de derechos civiles, políticos y sociales. Además, las formas de producción, las concentraciones empresariales y los convenios territoriales unificaron las condiciones de vida y de trabajo facilitando la organización obrera e inclinando la balanza, poco a poco, hacia el mundo del trabajo. Pero aquellas tres décadas vinieron a demostrar también un comportamiento de la economía que los clásicos de la teoría económica, es decir, Ricardo, Marx, Schumpeter o Keynes, ya habían dado por empíricamente demostrado: que una serie de mecanismos internos del capitalismo provocan antes o después su estancamiento a largo plazo. Marx basó en estos mecanismos la posibilidad real de trascender el sistema capitalista y sustituirlo por otro en el que las necesidades colectivas primaran sobre las necesidades de revalorización del capital privado. Keynes hablaba de la posibilidad de crear un sistema económico en el que la escasez material dejaría de ser un problema. Schumpeter hablaba de la tendencia innata del capitalismo a horadar sus propias fuentes de crecimiento y de la necesidad de sustituir sus principios de funcionamiento para así evitar el estancamiento.
Pero además estos pactos facilitaron la acumulación de recursos de poder por parte del trabajo asalariado. Y no sólo porque incluían una serie de derechos civiles, políticos y sociales. Además, las formas de producción, las concentraciones empresariales y los convenios territoriales unificaron las condiciones de vida y de trabajo facilitando la organización obrera e inclinando la balanza, poco a poco, hacia el mundo del trabajo. Pero aquellas tres décadas vinieron a demostrar también un comportamiento de la economía que los clásicos de la teoría económica, es decir, Ricardo, Marx, Schumpeter o Keynes, ya habían dado por empíricamente demostrado: que una serie de mecanismos internos del capitalismo provocan antes o después su estancamiento a largo plazo. Marx basó en estos mecanismos la posibilidad real de trascender el sistema capitalista y sustituirlo por otro en el que las necesidades colectivas primaran sobre las necesidades de revalorización del capital privado. Keynes hablaba de la posibilidad de crear un sistema económico en el que la escasez material dejaría de ser un problema. Schumpeter hablaba de la tendencia innata del capitalismo a horadar sus propias fuentes de crecimiento y de la necesidad de sustituir sus principios de funcionamiento para así evitar el estancamiento.
Hacia finales de los años sesenta se empiezan a detectar
justamente estos síntomas: ralentización en el crecimiento económico, la
productividad tiende a estancarse junto a la tasa de beneficios que es el
principal incentivo que regula la inversión, el cambio tecnológico y la
creación de empleo en las sociedades capitalistas. A partir de ese momento se
produce una rápido crecimiento del gasto público que provoca una expansión
adicional del Estado del bienestar, expansión que vive su cénit en algún
momento entre 1970 y 1975. El capitalismo se estaba acercando efectivamente a
un punto de inflexión histórica: o cada vez más decisiones económicas pasaban a
manos de un actor que no se podría regir por el beneficio privado (Estado,
administraciones, cualquier otro actor “colectivo”) o se revertían las
tendencias y se volvía al orden previo a los pactos de la postguerra. El
neoliberalismo es, en esencia, eso: un intento de invertir las grandes
tendencias históricas, una contrarrevolución en toda regla destinada a impedir una salida solidaria a la aparición de una serie de síntomas estructurales del capitalismo. El primer gobierno neoliberal es el que toma el poder en Chile
tras el golpe de Estado contra Allende en Chile. El segundo es el de Margaret
Thatcher (1979), el tercero el de Ronald Reagan en los Estados Unidos (1980) y
probablemente tengamos que decir que fue la gran coalición monetarista que se
firma en España hacia 1985 la cuarta experiencia en la implantación del neoliberalismo en el
mundo occidental.
Lo primero que hacen todos estos gobiernos es una profunda
reforma fiscal de naturaleza regresiva. Así, en Gran Bretaña, lo tipos máximos,
los que pagan las rentas más altas, son reducidos del 83% al 40% en pocos meses
y en los EEUU el 1% más rico de la población, que hacia 1975 concentraba el 5%
de la renta nacional, ya concentraba el 14% en 1989, una dinámica de
concentración de la riqueza que cesó hasta el crack de 2008. Esto refleja un
proceso profundo de redistribución de la riqueza de abajo arriba. Cada vez más
excedentes generados por todos los trabajadores y trabajadoras acaban
concentrándose en las manos de aquellos que ya lo tenían todo pues estos ya no
tenían que ceder una parte sustancial de sus rentas a la colectividad en forma
de impuestos. Este proceso generó un extraordinario aumento de la liquidez en
todo el mundo, de dinero ocioso en busca de una colocación lo más rentable
posible, de dinero potencialmente fuera de control público y ciudadano. Como
esta posibilidad quedaba cerrada en el sector productivo debido a la caída de
la tasa de beneficios en la industria, este dinero se empieza a canalizar más y más hacia el
negocio financiero a través de las plazas financieras de Londres y Nueva
York.
2. La particularidad española
En el Estado español todo esto transcurre de forma propia y
particular. La crisis económica coincide con la muerte de Franco y con la
firma, históricamente tardía, de aquellos pactos y aquellas constituciones no
escritas que veíamos arriba. Hay tres aspectos muy particulares que definen el
acceso español a la modernización fordista. En primer lugar la velocidad de su
proceso de destradicionalizacion o desagrarización. En tan sólo 20 años (1955-1975)
la población activa en el sector primario pasó de representar el 50% de la
población activa a justamente la mitad. Lo único que le parece a este cambio
tan vertiginoso es lo que se vive en Italia donde este mismo proceso tardó, sin
embargo, 33 años en producirse (en Francia y en Alemania se tardaron unos 80
años). La razón es la reforma agraria que no se pudo llevar a cabo debido a la
derrota militar de la República. Esto fue acumulado una sobrepoblación relativa
en el campo que sólo pudo ser gestionada políticamente por medio de una
modernización tan rápida e improvisada como caótica, sin planificación
urbanística, sin modulación cultural del cambio y, naturalmente, sin
legitimidad política ni redistribución económica ninguna pues al no existir pacto
político sino imposición por la fuerza en una guerra social, es decir, civil,
tampoco había necesidad de tener en cuenta a los más favorecidos.
La segunda
particularidad del caso español es la liquidación del ADN social republicano
provocado por la política de exterminio sociológico –por muerte, persecución o
por exilio- practicada por el fascismo contra el estamento más cualificado de
la clase obrera y debido a su firme militancia republicana. Este segmento de la
clase obrera, que resulta decisivo para cualquier modernización productiva y
que antes de la Guerra estaba concentrado en ocho provincias consideradas por
aquel entonces “modernas”, fue literalmente extirpado de la sociedad madrileña
y asturiana, donde la capitalidad y la fuerte resistencia produjo los mayores
estragos humanos y sociales, en las provincias de Valencia y Alicante, en la de
Barcelona y en la margen izquierda del Nervión. La excepción fueron el interior de la provincia de Vizcaya y
toda la provincia de Guipuzcoa, cuyas empresas no se vieron tan afectadas por
la proximidad de la frontera, que permitió una retirada ordenada de miles de
obreros cualificados afiliados al PNV que luego pudieron regresar a sus puestos
de trabajo, y por la breve duración de la Guerra en estas provincias del
norte. Una modernización tan
rápida sin apenas trabajo cualificado disponible, echó las bases de un modelo
empresarial ruinoso y poco innovador a largo plazo. También de la
excepcionalidad industrial de las provincias de Guipuzkoa y el interior de
Vizkaya en el contexto estatal.
La tercera característica particular del caso español es la
siguiente. Mientras que en la mayoría de los países occidentales la alta
burguesía patrimonial, es decir, las grandes fortunas que viven de consumir sus
rentas sin trabajar, pierden un peso social importante después de la Segunda
Guerra Mundial debido a la presión fiscal y a las
expropiaciones resultantes de su colaboración con los regímentes fascistas, en
España sucede todo lo contrario. En España la alta burguesía funcional,
aquellos que gestionan las empresas y el poder político, no forma una clase
nueva como sucedió en el resto de los países occidentales, sino que se funden
con vieja alta burguesía patrimonial que le prestó todo su apoyo a Franco:
marqueses, “familias de toda la vida”, viejos y nuevos grandes propietarios de
bienes inmuebles adquieren grandes paquetes de acciones de las nuevas empresas
y muchos de ellos pasan a formar parte de sus consejos de administración y se
convierten en grandes empresarios con fuertes vínculos con el poder político.
Se produce así una fusión entre alta burguesía patrimonial y funcional que no
tiene parangón en el resto de Europa y que convierte a las élites hispanas en
una especie de avanzadilla histórica de un proceso que consiguieron imponer las
élites del resto de los países occidentales precisamente gracia al
neoliberalismo.
3. Neoliberalismo y gran coalición monetarista
El período constitucional español es un intento de recuperar
el pacto social que no se firma por razones obvias después de la Guerra Civil.
Sin embargo la debilidad tecnológica y sobre todo organizativa de la mayoría de las empresas y el fuerte
abstencionismo de los gobiernos de la transición a la hora de hacer política
industrial y cambiar la cultura empresarial del país, provocan un aumento
espectacular del paro que, desde entonces, se hace endémico en su sistema
social. Como es sabido la transición política resulta de un pacto entre el
postfranquismo y los sectores monetaristas de la oposición -el
“socialliberalismo”- cuyos máximos representantes se nucleaban alrededor del
Banco de España: Mariano Rubio, Miguel Boyer, Carlos Solchaga y el más teórico
y reflexivo Luis Ángel Rojo forman un grupo llamado “clan de la Dehesilla” que
pilotaría el proceso de configuración de las nuevas élites económicas de la
democracia, todas ellas vinculadas a la regulación política del capital
financiero. Todos ellos proceden del Banco de España y todos ellos tienen una
visión marcadamente neoliberal de la economía. Este pacto provoca la firma de
la mencionada “gran coalición” de signo monetarista que conduce a
la incorporación de todo un ejército de secretarios y directores generales que
se han mantenido en sus puestos prácticamente hasta hoy en los grandes
ministerios económicos del país (Economía y Hacienda, Industria etc.) a pesar
de los sucesivos cambios de gobierno. Introdujeron el neoliberalismo en España,
pero con la enorme paradoja de que lo hicieron en paralelo no al desmontaje
sino a la construcción de un Estado del bienestar que resultaba políticamente
impostergable. Mientras dejan caer al capital productivo en todo el Estado,
especialmente las empresas públicas, no escatiman esfuerzos en reflotar a la
banca privada que hacia 1985 estaba sumida en una crisis de insolvencia
extraordinaria. La alternativa habría sido una democratización de las empresas,
su transformación en espacios menos jerárquicos, más innovadores y más
adaptados al creciente potencial de creatividad de los trabajadores, así como
el desarrollo de una política industrial por lo menos tan activa como la que
inspiró el reflotamiento de la banca privada nacional. Pero aquello era un
proyecto de izquierdas y el centro-izquierda que ganó por mayoría absoluta cerró esta opción para salvar su pacto con el tardofranquismo. En el País Vasco
las cosas transcurrieron de forma algo distinta: la fuerza de trabajo
cualificada perduró tras la Guerra, lo cual facilitó la creación de un modelo
empresarial distinto, las empresas familiares del interior de Guipuzkoa y
Vizcaya aguantaron mucho mejor la crisis de los ochenta y los gobiernos
autonómicos practicaron una decidida política industrial. Esto explica que el
trabajo tenga hoy un poder de negociación muy superior en el País Vasco que en
el resto del Estado, pero también el mayor valor industrial que le añaden sus
empresas a sus producciones.
El resultado de este reflotamiento de la banca y del
hundimiento del trabajo debido al fuerte desempleo y a las políticas
monetaristas en aquel contexto de creación del Estado del bienestar, es la
progresiva y temprana dependencia de los gobiernos españoles de los mercados
financieros, del endeudamiento externo destinado a financiar dicho Estado del
bienestar. Con el fin de atraer ahorro externo, mayormente los excedentes no
gastados de las oligarquías de todo el mundo y particularmente de América
Latina, los gobiernos de los años 1980 elevan los tipos de interés y la
cotización de la peseta. Ambas cosas perjudican al capital productivo elevando
sus costes, pero facilitan la construcción de un “Estado del bienestar
financiarizado”. Carreteras,
colegios, universidades, administraciones y televisiones locales, hospitales
etc. son financiados con deuda hasta que se colapsa la cotización de la peseta
en 1992/93 marcando el principio del fin de la era PSOE y del intento, de que
los mercados financieros y las políticas neoliberales “financien” un estado del
bienestar no sustentado en trabajo sino en renta.
La devaluación de la peseta inmediatamente después permite
crear puestos de trabajo proporcionando un respiro a los gobiernos de la
primera mitad de los años noventa. Sin embargo, lo que realmente marca el
principio de una nueva época, es la creación de las condiciones legales y
financieras para ir a la creación de un “capitalismo popular inmobiliario”, es
decir, para hacer que el sector de la construcción cree puestos de trabajo,
permita un mayor endeudamiento de las familias y una radicalización de las
política monetarista del los años del felipismo. Esto es posible porque España
es el país con el mayor porcentaje de familias propietarias de bienes inmuebles
de todo el mundo de forma que, cuando sube el precio de los pisos, aumenta
también el valor del patrimonio escriturado de las familias facilitando así su
endeudamiento. Esta política está sincronizada con los procesos de desregulación financiera que los demócratas norteamericanos pero también los partidos del centro-izquierda de Gran Bretaña, Alemania, Italia y, en menor medida, Francia radicalizan justamente por esos años. Los bancos vuelven a convertirse así en los protagonistas del
sistema de reproducción social y laboral, y los gobiernos siguen haciendo todo
lo posible para favorecerles con sus políticas. Pero no sólo. Los bancos no
tendrían capacidad de ganar tantos apoyos en los gobiernos si no fueran capaces
de proporcionar algunas ventajas a sectores importantes de la población, sin
esa luna de miel entre renta financiera y clases populares que dura unos diez
años y que crea una nueva cultura de las finanzas populares basada en el
endeudamiento y en la concesión masiva de créditos inmobiliarios por parte de
las cajas de ahorro, la principal pata de las finanzas populares del Estado
español. La integración en el euro refuerza la puesta en marcha de un proceso
masivo de endeudamiento popular provocado, en última instancia, por una
situación crónicamente adversa en
el mercado de trabajo (poco trabajo y malo) y por ese elevado porcentaje de
propietarios de bienes inmuebles que se "capitaliza" con el aumento de los precios de los bienes inmuebles. La gente simplemente invierte en bienes
inmuebles porque sabe que la seguridad en el empleo es una cosa que no existe,
invierte en su casa o en un segunda residencia porque sabe que su valor se
revaloriza: hace “trabajar” a su piso porque su trabajo no da para asegurar un
mañana.
3. El crack de 2008
El pinchazo de la burbuja inmobiliaria, provocada por la
crisis financiera que tiene su origen precisamente en el sector inmobiliario,
un sector que el gobierno G.W. Bush intenta utilizar políticamente de forma
casi idéntica a como ya lo venía haciendo el centro-derecha español, pero también,
aunque más bien por inercia, los gobiernos de Rodríguez Zapatero, pone súbitamente fin a esta luna de
miel. Es una luna de miel que también encierra un proyecto cultural basado en
una triple idea: que el trabajo –malo y temporal- no es el que realmente genera
consumo sino la propiedad inmobiliaria y la propiedad de activos financieros (“consumo sin trabajo”), de que es
bueno que los muy ricos no paguen impuestos puesto que así invierten en activos
inmobiliarios y financieros alimentando su escalada de precios (“los viejos
conflictos sociales son anacrónicos”)
y en la idea de que las personas y las familias son pequeñas empresas
autónomas que compiten entre sí (“la competitividad es más importante que la
cooperación”: visión microeconómica de la realidad social). Pero también es una luna de miel
insostenible en el tiempo por mucho que lograda seducir a no pocos ciudadanos
honestos y socialdemócratas convencidos. La hemos resumido en el gráfico 1 que
incluye las medidas que están tomando los gobiernos occidentales para salir de
la crisis provocando justamente lo contrario: su agudización.
Gráfico 1: La rueda neoliberal
Elaboración propia
El comienzo de la rueda neoliberal es el cambio de la
distribución primaria (relación entre rentas del trabajo y de la propiedad) y
de la distribución secundaria (sistema impositivo) en un sentido regresivo: de
abajo a arriba. Esto generó a lo largo de tres décadas un aumento de la
liquidez, del dinero que los más
pudientes dejan de ingresar en las arcas públicas y que no gastan simplemente
porque ya lo tienen todo: una situación muy similar a la que criticaba Keynes
en los años treinta del pasado siglo. Ese dinero se fue invirtiendo en
productos financieros arriesgados que prometen mayores plusvalías por la simple
razón de que a sus tenedores no les importa arriesgarse puesno necesitan ese
dinero, un dinero que habrían tenido que pagar al fisco de todas formas. Ese
“keynesianismo bursátil” –aunque es del todo injusto utilizar el nombre de
Keynes para una cosa así- provocó un leve despunte de la demanda de las
familias de clase media tenedoras de deuda y un “renacimiento económico” en los
EEUU en los cuatro últimos años de la década de los noventa. Este renacimiento
económico sedujo a más de la mitad de las élites europeas, incluso al
centro-izquierda y a una parte importante de sus sindicatos de clase, seducción
que se plasmó en el consenso neoliberal de la llamada “Estrategia de Lisboa”
firmada en 2000. Esta estrategia pasaba por una liberalización radical del sistema
financiero europea y de toda su economía siguiendo el modelo anglosajón de
finanzas, de sistema de pensiones y de gobierno corporativo de las grandes
empresas.
La crisis del punto.com en 2000/2001 desvió las inversiones
bursátiles de todo el mundo hacia los bienes inmuebles, en buena medida hacia
España. Este desvío de liquidez de la bolsa hacia los bienes inmuebles fue una
prórroga del orden neoliberal en
un momento en el que este daba ya síntomas claros de agotamiento. Fue posible
gracias a la temeraria actuación del presidente de la Reserva Federal
norteamericanos Allan Greenspan que tomó una serie de medidas favorecedoras de
una inmensa burbuja inmobiliaria. El desplome financiero fue tan grande que
provocó la mayor crisis económica en ochenta años, un debilitamiento
estructural del dólar y el principio del fin de la hegemonía monetaria
norteamericana en el mundo. A pesar de ello, los gobiernos occidentales, que
voluntariamente se dejaron atar las manos por los intereses de las élites
financieras, es decir, en última instancia por la alta burguesía
patrimonial/funcional ahora ya fusionada en una sola y que son las principales
tenedoras de deuda pública, optaron por desviar cantidades extraordinarias de
recursos públicos para reflotarlas, es decir, para salvar a la banca privada.
Esta decisión es considerado “la mayor de expropiación de bienes públicos de
toda la historia” (Robert Brenner). El resultado es un aumento espectacular del
déficit público, una persistencia de la liquidez debido a la ausencia de
reformas fiscales progresivas y a
la no regulación de las mercados financieros. El segundo resultado es una nueva
ronda de especulación debido al hecho de que nada sustancial cambió tras el
reflotamiento del sector bancario. Primero se desencadena una nueva ola de
especulación con monedas, luego con materias primas y, por fin, con deuda
pública. Los episodios que se están viviendo en los últimos meses de 2010 no
son sino un capítulo más de la misma historia.
La consecuencia de esta última ola especulativa es el
aumento del servicio de la deuda que tienen que pagar los gobiernos, y el
desvío de cada vez más recursos creados con el trabajo de toda la sociedad a
financiarla, es decir, a pagar un interés a sus propietarios, a las élites del
mundo. Esto es una intensificación del proceso de redistribución de abajo
arriba: cada vez más impuestos, cada vez más riqueza social tiene que ser
destinada a pagar las rentas de la propiedad financiera. Es otra forma de
redistribución, lo que podríamos llamar la “distribución terciaria” que no
tiene una dimensión nacional como las dos anteriores sino internacional: las
clases ricas del planeta se benefician del pago del servicio de la deuda que
tienen que contraer los países son sistemas fiscales regresivos. Para conseguirlo
y tranquilizar a los mercados con
tal de que no aumente aún más dicho servicio, los gobiernos se muestran
dispuestos a dejar caer a partes cada vez más importantes de las clases medias
–primero los empleados públicos, luego los técnicos y profesionales-, el hueso
duro de la estabilidad social y económica de las sociedades occidentales de la
posguerra. El resultado es una reducción drástica de la demanda debido a los
recortes salariales, una ralentización mayor del crecimiento económico, una tendencia
a la caída de precios (deflación) y una imposibilidad real de hacer frente a
toda esa deuda sin algún tipo de renegociación por muchas declaraciones
oficiales que digan lo contrario. En el momento en el que Jean Claude Trichet,
el presidente del Banco Central Europeo y firme representante de los intereses
de las naciones exportadoras europeas (Alemania, Austria y Holanda), tuvo que
da su brazo a torcer y cancelar una de las cláusulas del Tratado de Maastricht,
aquella que impedía acudir en ayuda de un país con peligro de quiebra, firmó la
sentencia de muerte del euro como moneda dura. Las élites financieras,
activamente apoyadas por los gobiernos elegidos por sufragio, han provocado así
la quiebra del orden económico que ellas mismas consiguieron imponer con el
Tratado de Maastricht. Las devastadores consecuencias sociales que van a
provocar estas medias podría generar una ola de irracionalismo y de lucha de
otros contra todos que podría acabar en barbarie. El intento de construir una
Unión Europea con medidas de naturaleza neoliberal ha fracasado, la política
tienen que tomar el relevo de una forma o de otra pero no necesariamente en un
sentido emancipador. El capitalismo occidental vive un futuro incierto cuyo
transcurso depende en buena medida de la capacidad de la izquierda de imponer
otro escenario económico, social y civilizatorio.
4. Hacia una economía solidaria
¿Cómo?. Poniendo en marcha otra rueda, la rueda de una
economía solidaria que resumimos en el gráfico 2.
Gráfico 2: La rueda de la economía solidaria
Elaboración propia
La primera medida y también la más importante, es revertir
las reformas fiscales regresivas que pusieron el marcha el neoliberalismo:
aumento sustancial de la cotización para los tramos más altos, aumento de la
presión fiscal sobre el patrimonio y sobre la renta financiera, también sobre
la renta inmobiliaria, incremento de los impuestos que graban los artículos de
lujo etc.. De esta forma los Estados se podrán recapitalizar sin tener que
acudir a esos mercados financieros de los que ahora son totalmente dependientes
hasta el punto de que pueden provocar la anulación del sufragio universal como
se ha visto en el caso de Grecia. En paralelo a una reforma fiscal, cuyos
efectos se hacen notar a medio plazo, habría que ir a una regulación inmediata
de los mercados financieros, especialmente de los activos especulativos como
los “hedge fonds” y los “crédit default swaps”, dos productos financieros que
sirven para hacer buenos negocios con la miseria fiscal de los Estados.
El aumento de la masa de maniobra económica hará posible la
puesta en marcha de un programa de inversiones públicas basado en un ambicioso
programa de reconversión energética y social, de reconversión del sistema de
transporte y del sistema empresarial. Las empresas generadoras de alto valor
añadido y productoras de bienes de equipo mecánico como muchas vascas,
experimentarían una recuperación inmediata abriendo nuevas alianzas entre todas
las regiones del Estado para ir a la creación de una nueva sociedad del trabajo
basada, no en el crecimiento sin más, sino en otras formas de consumir y de
crecer, en la construcción de “economías-de-toda-la-casa” a nivel estatal y
regional, de economías que sean mucho más que la suma de unidades
microeconómicas atomizadas (creación de redes horizontales de empresas y
clusters tecnológicos, gestión democrática de las empresas basadas en la
definición de productos y procesos socialmente razonables, que tengan en cuenta
a los territorios etc.). El consecuente aumento del empleo no sólo contribuirá
a sanear aún más las arcas públicas sino que generará una demanda de bienes y servios ambiental- y
socialmente razonables que sacará al país de la recesión (crecimiento
cualitativo) al tiempo que lo hará menos dependiente del sistema financiero
privado. Esto provocará un debilitamiento adicional de la renta, de la
propiedad y del sistema financiero frente al sector productivo, frente al
trabajo y la productividad cualitativa.
Alcanzado este punto de inflexión las sociedades se podrán
proponer metas de democratización más ambiciosas pues el trabajo entrará de
nuevo en una espiral de acumulación de recursos de poder no sólo frente el
capital financiero sino frente al capital en general: mejoras salariales
soportadas por mejoras de la productividad, mayor participación en el trabajo,
mejor trabajo, aplanamiento de las jerarquías empresariales etc. Pero no sólo.
Además se darán las condiciones para que el sistema crediticio se convierta en
un bien público y no una fuente de revalorización de beneficios privados: los
créditos fluirán con más facilidad hacia la sociedad, el sistema financiero
pasará a estar al servicio del sistema productivo y de las necesidades de la
reconversión social y ambiental, los Estados abrirán sucursales para captar el
ahorro de sus ciudadanos de forma que podrán disponer de recursos propios para
cometer dicha reconversión que, no lo olvidemos, tendrá que ser también una
reconversión ética, moral y cultural (vivir mejor con menos pero con más tiempo
para dedicárselo a la familia, a los amigos, a la comunidad etc.). El espacio
principal de expansión económica volverán a ser los mercados internos, las
empresas no dependerán tanto de las exportaciones para subsistir, las
relaciones económicas internacionales dentro y fuera de Europa, podrán ser cada vez más cooperativas, pues
las economías dependerán menos de la agresividad comercial, el crecimiento
dejará ser la única estrategia para generar desarrollo. Los países menos desarrollados
tendrán más margen de maniobra para desarrollar sus propios mercados internos y
se abrirán posibilidades para el
desarrollo de verdaderas políticas de cooperación norte-sur que vayan
más allá de operaciones comerciales encubiertas del norte. Las relaciones
internacionales adquirirán una dimensión más horizontal y cooperativa, podrán
nuclearse alrededor de órganos de gobierno realmente multilaterales como
Naciones Unidas, habría apoyos suficientes para avanzar en la creación de una
jurisdicción penal internacional, de sistema impositivo internacional que fije
un único impuesto mundial para las empresas multinacionales independientemente
de dónde desarrollen su intrincada actividad, para la creación de ese impuesto
universal que grave las transacciones financieras especulativas, de instituciones
financieras internacional gestionadas de forma multilateral etc.. Lo que
resultaría de todo esto sería, en definitiva, una sociedad mundial y local
mucho más cooperativa soportada por una economía solidaria y sostenible, una
sociedad que habrá que defender día tras día frente a aquellos que quieren
volver al orden anterior como lo hicieron hacia 1980. Es improbable que esa
defensa sea efectiva si la sociedad civil no ha conseguido generar estructuras
de poder, si no ha sabido o podido organizar un tupido tejido de espacios de
participación directa en todo el territorio: mesas, comités, clubs ciudadanos
etc. Toda la sociedad estará llamada a defender sus intereses compartidos
frente a los intereses excluyentes que hoy por hoy están organizados alrededor
del capital financiero y de la especulación: la lucha contra la
financiarización se irá transformando en una lucha contra el propio
capitalismo.
Más información: A. Fernández Steinko: Izquierda y republicanismo. Madrid, Akal 2010
[1]
Los argumentos principales de este texto están desarrollados con más detalle en
dos de mis libros: “Experiencias participativas en economía y empresa. Dos
ciclos para domesticar un siglo” publicado por Siglo XXI en 2001, e “Izquierda
y republicanismo. El salto a la refundación” publicado por Akal en 2010.
Agradezco sugerencias e impugnaciones (afsteinko@gmail.com)
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