No hay ninguna posibilidad de transformación social si no se tiene una visión, aunque sea rudimentaria, de la sociedad que se quiere cambiar, de los grupos y de las clases que la pueblan. No es suficiente con aplicar directamente categorías abstractas –por ejemplo las desnudas categorías económicas- a la realidad contemporánea de un país o de una región. El material con el que opera la política es la realidad empírica y en ella coexisten factores estructurales poco visibles, como los económicos, con factores más evidentes y cambiantes como los modelos culturales, las formas de vida de las personas y las familias etc.. Ambos, los elementos más generales y los aspectos más particulares de la vida cotidiana, son los que luego provocan los, a veces, bastante enigmáticos comportamientos y actitudes políticas.
Lo que sigue es un primer esbozo de los grupos y clases sociales que configuran la sociedad española tras quince años de capitalismo inmobiliarios, aquel que ahora se desploma de forma incontrolable. Ninguno de estos grupos son realmente compactos y uniformes, aunque algunos lo sean más que otros. Los cambios sociales provocan continuamente fracturas en su composición interna produciendo disidencias pero también creando fidelidades que antes no se daban, crecimientos y menguas de sus miembros. Las formas de acumulación de capital, que cambian con cierta frecuencia, empujan a unos hacia la insignificancia al tiempo que multiplican el poder social, -el poder económico, cultural, el poder simbólico y social- de otros. Bajo todos ellos rugen las grandes tensiones del capitalismo, sobre todo la contracción entre capital y trabajo pero también las rivalidades y afinidades entre las diferentes fracciones del capital que hay que tener muy presentes: entre el capital productivo y el capital financiero o incluso entre las diferentes fracciones del capital productivo como es el orientado al consumo interno y aquel otro orientado a la exportación Cuanta mayor sea la capacidad de un proyecto político de explorar estas diferencias, anticiparse a ellas y encontrar respuestas a dichas fracturas, de hacerse con una imagen viva y real de todos estos grupos, mejor podrá ejercer su hegemonía política.
Las élites hispanas
Tienen una particularidad que no se da en la mayoría de los países europeos, aunque sí en muchas naciones latinoamericanas: la alta burguesía patrimonial, los que viven sin trabajar realmente, y la alta burguesía funcional, los que toman las grandes decisiones empresariales y políticas, no han dejado nunca de estar fundidas. Esta fusión era la normalidad en todos los países capitalistas europeos antes de la Segunda Guerra Mundial, aunque no en los Estados Unidos. Los dueños de los paquetes mayoritarios de acciones de las empresas importantes, las grandes familias tenían aún reminiscencias tardoseñoriales hasta que fueron sustituidas por una nueva clase sin tantas propiedades pero con competencias técnicas que pasaron a controlar las grandes sociedades anónimas: la llamada “tecnoestructura”. La contrarrevolución neoliberal y el surgimiento de nuevos sectores económicos volvió a unificar a propietarios y gestores: grandes millonarios implicados en el control de grandes empresas como Bill Gates. Pero en España nunca se vivió un desdoblamiento similar y la temprana llegada del neoliberalismo hacia 1985 reforzó el poder de las grandes familias sobre todo de banqueros y promotores inmobiliarios, familias que nunca habían dejado de controlar una parte sustancial de las grandes sociedades anónimas del país: los Botín sin el ejemplo más claro aunque no el único. Son la clase en la que se asentó la transición no rupturista pilotada por el Rey y Adolfo Suárez, junto a los aparatos del Estado del régimen y los caciques locales.
Los asalariados vinculados al ladrillo y la playa
En la costa se ha venido configurando desde los años sesenta una clase trabajadora vinculada a la construcción y el turismo. Procede en buena parte del interior de Castilla La Mancha y Andalucía y ha votado tradicionalmente al centro-izquierda. Sus miembros tienen en común que han convivido desde siempre con la temporalidad pues ambos sectores son esencialmente estacionales y se complementan en el tiempo. Trabajan de forma estacional en la agricultura familiar de la segunda línea de playa cuando proceden de las comarcas mediterráneas, o en la de sus regiones andaluzas de origen. El comunismo familiar –cada cual según sus necesidades y no según su aportación individual- es esencial para mantener sus economías domésticas pues sólo así pueden hacer frente a dicha temporalidad, la más alta de todo el Estado después de la que se da en la agricultura temporera. Esta situación ha retrasado desde hace décadas la edad de emancipación de los jóvenes que conviven con sus padres con normalidad. Las condiciones de trabajo no tienen mucho que ver con las que se viven en las empresas industriales, el cliente final es muchas veces un turista que viene a descansar y divertirse, y la carga de trabajo puede ser enorme en unos meses para relajarse luego en la temporada de invierto. La intermitencia laboral no es vivida, por tanto, como un drama sino más bien todo lo contrario, como una interrupción saludable de prolongados períodos de sobreexplotación.
Trabajadores de grandes empresas fordistas
Son los asalariados clásicos de las grandes plantas industriales (automóvil, químicas, astilleros etc.), los centros terciarios privados (bancos, aseguradoras) y públicas (administraciones). Sus condiciones de trabajo están comparativamente bien reglamentadas en convenios colectivos, contratos temporales, horarios regulares y en una geografía laboral estable. La izquierda y los sindicatos de clase siguen teniendo en este colectivo un apoyo más que proporcional. Protagonizó las movilizaciones decisivas contra el franquismo, pero siempre ha habido diferencias ideológicas importantes entre sus diferentes sub- grupos: los funcionarios se dividen entre un grupo que abraza valores conservadores herederos del continuismo institucional del Régimen de Franco y aquellos incorporados en los años ochenta y noventa –aquí sobre todo mujeres- que tienden a votar al centro-izquierda o la izquierda; los trabajadores terciarios del sector de la banca que, por sus salarios y sus condiciones laborales privilegiadas pagados con las plusvalías de la banca más rentable del mundo, son una especie de “aristocracia obrera” española etc.. Este colectivo, no ha disminuido sino que ha crecido, si bien tiende a dispersarse en el espacio como es el caso de las centros de oficinas construidas en la periferia de las grandes ciudades. Sigue siendo fundamental para la izquierda. Por su nivel de organización comparativamente elevado, porque vive dentro de una relación clásica capital-trabajo en el caso de las empresas privadas, y porque, como es el caso sobre todo de los empleados públicos, tiene una visión “de país”. Muchos de los vinculados a las administraciones públicas, han votado a Rosa Díaz en las últimas elecciones.
Los profesionales urbanos
Son los que venden ideas, conocimientos, creatividad antes que manos y operaciones repetitivas. Estás muy concentrados en las (grandes) ciudades aunque en todas, por pequeñas que sean, hay abogados, médicos, profesores de secundaria o técnicos superiores vinculados a una (gran) empresa. En este grupo también están incluidos los creadores “puros”: periodistas, artistas, actores, escritores: unos 150.000 censados. La mayoría de estos últimos no tienen trabajo fijo y no viven en la abundancia, pero disponen de recursos sociales importantes –relaciones, conexiones, amistades- que les colocan en lugares estratégicos de la sociedad. Naturalmente hay diferencias entre ellos: los profesionales con un despacho profesional de renombre tienen un estatus social muy distinto a los pequeños abogados de provincias o barriadas o los fisioterapeutas con gabinete propio, los profesionales vinculados a una multinacional tienen formas muy distintas de ver el mundo que los –altos- cargos de la administración local o estatal. Pero su posicionamiento ideológico también es vital para la izquierda. En los años setenta se acercaron a las clases populares –las “fuerzas del trabajo y de la cultura”-, hoy se alejan de ellas por diferentes razones provocando una pérdida de hegemonía de la izquierda.
Las “clases intermedias” desvinculadas del Estado
Son los asalariados y pequeños empresarios vinculadas a aquellas empresas que apenas sufrieron cambios durante la Guerra Civil y que se concentran en Guipuzcoa, el interior de Vizcaya –no en la margen izquierda- y el norte de las provincias pirenaicas catalanas así como en ciertas manchas en el interior de la Comunidad Valenciana, de las islas etc.. Es un tejido muy vinculado al territorio y a su gestión, con niveles de renta media bastante elevados y menos diferencias sociales, donde el conflicto entre capital y trabajo queda suavizado y está mediatizado por el conflicto nacional o la cultura local, que son muy fuertes. A diferencia del resto del Estado no dependieron del desarrollismo franquista para consolidar su tejido social e institucional lo cual les ha alejado y sigue alejando de Madrid. El proyecto no rupturista de la transición fracasó en su intento de incorporarlos a la nueva andadura constitucional. En proyecto de refundación republicana del Estado podría desvincular a muchos de ellos del nacionalismo y aproximarlos a la izquierda.
Los autónomos
Son hacia el 20% de toda la población activa. Se pueden dividir en tres grandes grupos: los autónomos tradicionales (pequeño comercio, peluqueros, quiosqueros, pequeños talleres etc.), los autónomos dependientes o “falsos autónomos” que prácticamente trabajan para un sola empresa y, por tanto, son autónomos sólo en la forma, y los “nuevos autónomos” vinculados al ladrillo y que realizan trabajo de instalaciones, montajes, fontanería etc. Tienen las jornadas de trabajo más largas del país y la ayuda familiar es fundamental para su subsistencia -la mayoría están casados- aunque las relaciones de género son altamente asimétricas. El primero tiende a ser conservador, el segundo está compuesto por viejos obreros forzados a hacerse autónomos, el tercero pasó del desempleo al capitalismo inmobiliario y apoya incondicionalmente al Partido Popular, versión modernizadora. Su hundimiento, especialmente en las provincias donde más lejos a llegado el capitalismo inmobiliario (Alicante, Málaga, Almería) es un hecho al que habría que estar muy pendientes. Odian a los bancos que les ofrecen bajas remuneraciones por sus ahorros y les piden altos tipo de interés por sus créditos. La nacionalización de la banca podría hacerles cambiar de bando antes de lo que se piensa.
Nota tras las elecciones andaluzas de 2012: la erosión del apoyo al Partido Popular en Almería y sobre todo Málaga se debe a la erosión de este partido de fidelizar a estos grupos sociales que resultaron decisivos para el cambio de ciclo político en 1996.
Nota tras las elecciones andaluzas de 2012: la erosión del apoyo al Partido Popular en Almería y sobre todo Málaga se debe a la erosión de este partido de fidelizar a estos grupos sociales que resultaron decisivos para el cambio de ciclo político en 1996.
Los asalariados y (empresarios) de las PYMES
Son la mayoría de los asalariados y muchos empresarios son viejos asalariados por lo que conviene no separarlos analíticamente. Están repartidos por toda la geografía aunque las PYMES se pueden dividir en dos grandes grupos: las sociedades anónimas (empresas profesionalizadas, muchas compradas por capital extranjero y con gestores que nada o poco tienen que ver con la propiedad) y PYMES familiares, que son la mayoría, con relaciones de tipo más tradicional utilizadas como fuente de empleo para parientes y amigos poco productivos. Estas últimas son otro bastión de la derecha, si bien muchas empresas familiares profesionalizadas –como las que forman parte del mundo de las clases “intermedias” desvinculadas del Estado- tienen mucho interés para la izquierda pues resultarían decisivas para una futura reconversión sectorial y empresarial. El nivel de organización sindical de sus asalariados es muy bajo, especialmente en el segundo grupo.
Los autónomos rurales
Ahora ya no son muchos (unas 200.000 familias) y casi todos viven en la España húmeda no industrializada (norte de Castilla-León, Galicia, Asturias y Cantabria). Son el bastión histórico de la cruzada de Franco y están fuertemente representados políticamente debido al sistema electoral impuesto por las fuerzas postfranquistas y que no ha sido modificado después. El propio Adolfo Suárez procede de este ambiente y su poder en los años decisivos de la transición se debe a su capacidad de pilotar su conversión ideológica a través de la institución franquista del Movimiento, de la que era el máximo responsable. Son familias que viven dispersas, están muy poco interesadas por la política, son mucho más clericales que el resto del país y muy recelosas de los profesionales urbanos en busca de parajes lo más recónditos y ecológicos posible. Son los grandes olvidados tanto de la modernización franquista como la de los ochenta inspirada por las políticas de la Unión Europea, pero el capitalismo inmobiliario les ha permitido ahora hacer negocios vendiendo terrenos sin valor económico ninguno a promotores locales o estatales que les han ofrecido una fortuna. La Política Agracia Común de la Unión Europea les ha hecho mucho daño aunque los que quedan subsisten gracias a sus ayudas. Un modelo agrícola basado en espacios locales de suficiencia alimentaria podría darles un nuevo protagonismo. Son bastante pragmáticos de forma que la izquierda no debería darles por perdidos.
Los trabajadores agrícolas
Sólo quedan unos 300.000 censados –la mitad inmigrantes- pero dada la enorme irregularidad que reina en estos ambientes, probablemente haya el doble de personas vinculadas de una forma o de otra al trabajo agrícola asalariados. Su geografía es la vieja geografía del latifundio –sobre todo el límite entre Castilla-La Mancha, Andalucía y Extremadura- a la que habría que sumar la de la agricultura intensiva del plástico –comarcas de Almería, Murcia y Huelva preferentemente, además de otras zonas como la rivera de Navarra-. Es la geografía de la mayor temporalidad del Estado, de la menor renta per cápita, con el índice de analfabetismo y la tasa de natalidad más elevados. Los años del capataz ya han pasado a la historia y el plan de empleo rural ha dignificado las condiciones de vida de muchos de ellos. Pero no así las de los trabajadores inmigrantes del plástico de Almería donde reinan condiciones similares a las del capitalismo manchesteriano. La izquierda ha conseguido mantener bastiones electoral en su geografía, especialmente en aquellas comarcas donde se combina el gran latifundio con la pequeña propiedad agraria (comarcas de Moriles, Carmona, Castro del Río, Chiclana etc.).
Los emigrantes
Sus formas de vida y de trabajo son muy variadas dependiendo del grupo o régimen al que pertenezcan: la mujer ecuatoriana de clase media que cuida a una señora de la burguesía madrileña ciertamente tiene poco que ver con el emigrante sin papeles sobreexplotado hasta el suicidio en el Ejido. Pero todos ellos tienen una cosa en común: son esenciales para la reproducción económica y social del país a pesar de lo cual no tienen derechos políticos o los tienen muy recortados. La emigración procedente del Este de Europa vota opciones conservadoras, la procedente de América Latina es más de izquierdas. Esto explica que los partidos de centro apoyen su derecho al voto municipal para así ganar apoyos electorales. Son los principales perdedores de la crisis y muchos españoles están desplazándolos de los trabajos que venían siendo menos lucrativos como el trabajo agrícola o los trabajo menos valorados en las PYMES. La izquierda debería apostar por acercarse más a ellos, a sus redes de socialización, a su cotidianidad.
Los excluidos
Es el grupo de los que no cuentan, ni política ni tampoco económicamente. Son aquellos cuyo horizonte vital consiste en levantarse por la mañana, conseguir comida, superar problemas de movilidad o combatir una enfermedad crónica. Mendigos, población carcelaria con largas condenas, mayores abandonados a su suerte, madres solteras sin ayuda, drogodependientes etc. Estas completamente alejados de la política y son más bien aliados de la derecha y de su cultura de las limosnas y la caridad. Siempre han existido pero las crisis como las actuales los tiende a multiplicar. Son las principales víctimas de la ausencia de servicios de bienestar y muchos compiten por recursos escasos con los emigrantes a los que se la tienen jugada. Su "individualismo negativo" (R. Castel) exaspera a muchos izquierdistas que no acaban de entender la complejidad de la política.
Conclusión
La izquierda debería estar haciendo continuamente mapas de este tipo tanto a nivel local como estatal. Es aquí donde se esconde la sabia de la política y no en los apoyos cosechados en reuniones internas, en resultados electorales cambiantes o en la vida de unas organizaciones minoritarias. Las fracturas, fidelidades, repulsiones y atracciones que ejercen unos regímenes de vida y de trabajo sobre otro son el momento en el que se producen los corrimientos ideológicos: los hijos de un autónomo que no deja de trabajar y que engaña a su mujer, una mujer profesional que vive una discriminación laboral en su trabajo, el obrero de una gran empresa que pierde su estabilidad profesional etc.
Estar atentos a estos mapas y a sus movimientos es evitar quedar al remolque de los acontecimientos, tomar la iniciativa. Una izquierda refundada tiene que buscar nuevas fórmulas organizativas destinadas a movilizar a la ciudadanía, pero no dará con ellas si no parte de las formas de vida y de trabajo reales y diversas que se cuecen en estos regímenes o en otros que podamos observar. Es la única forma de huir del voluntarismo político: enlazar con el país real que se quiere transformar, un país que a veces no es el que desearía la izquierda pero que contiene infinitas semillas potencialmente sensibles a un discurso solidario y tendencialmente anticapitalista.
Más información: A. Fernández Steinko: Izquierda y republicanismo. Madrid, Akal 2010
En la parte de los autónomos quizá falta un grupo, creo yo: los "falsos empresarios", en el sentido de que explotan privadamente un negocio que en realidad es un servicio público y que como tal está protegido del mercado: estanqueros, taxistas, vendedores de loterías, registradores de la propiedad, muchos farmacéuticos... Son un grupo con una dialéctica muy mercantil, pero que en realidad no hacen más que mantener las barreras de acceso a sus negocios (veríamos si los taxistas apoyarían de verdad un "mercado libre" sin el mercadeo de licencias). Son brutal e implacablemente de derechas, inconquistables por la izquierda. En parte porque muchos de ellos son hijos de los vencedores de la guerra civil, a los que se premió con estas concesiones de explotación que además se heredan de padres a hijos.
ResponderEliminarQuizá también habría que ver qué pasa con los distintos cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, grupo clave para cualquier cambio político y que no cabe subsumir en otras categorías ("funcionarios" por ejemplo).
Habría que ver también los trabajadores precarios de la administración, que somos muchos y no siempre con perspectivas de alcanzar el funcionariado.
En lo demás de acuerdo.
Tienes razón. En realidad lo de los autónomos habría que ampliarlo. Los autónomos tradicionales no tienen mucho que ver con los autónomos producidos por el ladrillo.
ResponderEliminarOtra cosa: los cuerpos del ejército y de la policía forman parte de los "islotes fordistas". El Estado es el principal inspirador de este modelo de "empresa"
ResponderEliminarNo, los funcionarios públicos forman un grupo aparte: dependen de los presupuestos, de la redistribución aunque se diferencien de los médicos y los profesores públicos
ResponderEliminar