La gran
depresión, que arranca con el crack de 2007/8, marca el fin de un
sueño/pesadilla de un cuarto de siglo. El modelo neoliberal, que consiguió
dividir a clases populares y clases medias enriqueciendo a grandes propietarios
y rentistas, pilotó alrededor de la creación de una demanda ficticia. Ficticia
porque no estuvo alimentada por las rentas del trabajo sino por la renta
financiera e inmobiliaria, por el endeudamiento y la apuesta bursátil. El
proyecto fue restaurador en lo social y lo ideológico porque trató de generar
crecimiento hundiendo salarios y precarizando empleo. Pero sólo pudo durar casi
tres décadas porque se ganó a una parte de las clases medias, e incluso a una
fracción de las clases populares: aquellos con salarios regulares y capacidad
adquisitiva suficiente para adquirir productos financieros e invertir en bienes
inmuebles.
¿Qué va a
pasar ahora? Los bancos, que son los grandes ganadores del neoliberalismo,
estuvieron a punto de perder el poder acumulado a lo largo de un cuarto de
siglo. La única razón por la que “los expropiadores no fueron expropiados” (K.
Marx) en aquellos meses críticos
es que los gobiernos de centro eran y siguen siendo sus representantes
políticos. Los gobiernos de centro declararon que la economía caería toda si el
poder de la finanzas y de sus gestores privados pasaba a manos públicas, a
manos ciudadanas. Ahora los bancos hacen lo de siempre: negocios para sus
clientes, preferentemente para sus grandes clientes que son los que tienen más
incentivos para adquirir productos financieros de alto riesgo. Igual que en los
años treinta el problema no es de escasez de dinero sino de exceso del mismo en
manos equivocadas, es un “problema de abundancia” (J. M. Keynes). Ese exceso de
liquidez persistirá hasta que se produzca una reforma fiscal progresiva, un
control de los flujos de capital especulativo, un derrocamiento ciudadano de
las oligarquías petroleras y,
sobre todo, una reconstrucción de la sociedad del trabajo basada en la reducción
de jornada laboral, el aumento de la calidad de las condiciones de trabajo y del
valor añadido por cada hora trabajada. Sólo esto podrá financiar sistemas
públicos de pensiones y una vida digna para las mayorías. Además le dará un
protagonismo renovado a la ciudadanía, el que justamente anuló el
neoliberalismo. Sus ideólogos (Huntington, Friedman, Bell) decían hace 40 años
que democracia y desregulación financiera son incompatibles. Tenían razón. El
discurso de los bancos centrales y los viajes de Zapatero a las plazas
financieras mendigando otra oportunidad lo demuestran de forma impresionante.
El capital sobreacumulado sigue fuera de control y pasa a la ofensiva. Hace lo que
siempre ha hecho: buscar la máxima rentabilidad para sus clientes sin pensar en el interés general.
¿Hasta cuándo?
Antes o después habría que domesticar al sector financiero. La deuda de los
bancos que ahora avalan los gobiernos es impagable, pero los gobiernos están
manos de los bancos que quieren cobrar su deuda pase lo que pase. Los gobiernos
seguirán bombeando recursos públicos hacia el sector privado en espera de que a
este cree empleo con exportaciones. Se intentarán hundir aún más los salarios
para ser competitivos hacia fuera, se forzará aún más el sector exterior para
sanearse a costa del vecino, en Europea se abrirá una brecha creciente entre el
norte y el sur. En el mundo habrá disimuladas escaramuzas proteccionistas para
intentar que no se noten y así evitar represalias. Los bancos centrales de
países con superávit comercial comprarán monedas de los países con déficit para
mejorar su propia competitividad. Puras escaramuzas, un juego de suma cero
incapaz de sacar a la economía occidental de lo que se antoja como un largo
período de crecimiento estacionario. Si no se contempla la reforma fiscal, la
liquidez en manos de los más ricos seguirá tiranizando a unas poblaciones a las que ya no se podrá
compensar con una demanda ficticia basada en el endeudamiento. Esto cuarteará
las alianzas entre neoliberalismo y sociedad, algo que aquel intentará evitar
por todos los medios. El terremoto en Japón y la subida del precio del petróleo
lo puede complicar todo un poco más acelerando el declive del dólar y añadiendo
aún un poco más de especulación sobre la deuda soberana. Pero la crisis del euro contrarresta estos efectos pues crea dudas sobre su futuro como moneda de reserva.
¿Cómo van a responder las poblaciones en medio de
este desconcierto? Las dos últimas
veces que se dio un crecimiento estacionario, en el último cuarto del siglo XIX
y en el período de entreguerras, el nacionalismo le abrió el campo ideológico a
la reacción. En los años 1930 toda Europa, con la excepción de Escandinavia y
las dos breves primaveras de España y Francia, se decantó hacia la derecha
mientras América prácticamente entera lo hizo hacia la izquierda. Pequeños
autónomos y grandes propietarios consiguieron desmontar el sufragio con ayuda
del ejército, el gran capital industrial y la renta. Ecos parecidos nos llegan
de algunos lugares destrozados por las curas neoliberales, músicas similares
cuajan en los intersticios de los partidos del centro-derecha occidental. En Hungría, Finlandia, Alemania, Francia, Italia, Austria y Holanda la moral protofascista no sólo ha contaminado las cabezas de sectores amplios de las clases populares sino que además ya ha incursionado en ambientes importantes de las clases medias.
¿Cómo van a responder las poblaciones? En un primer
momento la distancia entre clases medias y clases populares, la clave del
futuro político del mundo occidental, aumentará con la privatización de
servicios públicos: ya estamos en ese escenario. Grecia empezó, le sigue
Irlanda, Portugal y España. La esperanza de vida entre ricos y pobres aumentará
aún más, las ciudades se degradarán junto a las universidades públicas, los
espacios comunes que hoy comparten clases medias y populares –barrios, plazas,
colegios, hospitales- irán borrándose siguiendo el ejemplo de América Latina en
los años ochenta. Este proceso podrá ralentizarse en las zonas más lindas del
capitalismo: el eje sur de Inglaterra, norte de Francia, Benelux, valle del Rin y norte de Italia y en sus ramificaciones (capitales de los estados, islotes lindos). Pero en el resto del Continente una parte de la clase media caerá en una espiral
de empobrecimiento. Sentados en bancos roídos de parques abandonados se verá también a
la clase media dándole de comer a las palomas. Ahí se encontrará con unas
clases populares aún más empobrecidas que ellas.
¿Para hacer el qué? Tal vez para formar un bloque social con capacidad de forzar
una versión no autoritaria de una nueva economía-de-toda-la-casa,
de-todo-el-planeta. ¿Cómo? Poniendo en marcha un amplio proceso de convergencia
de ciudadanos desiguales unidos por un programa mínimo antineoliberal,
empoderar a la ciudadanía, incorporar a sectores mucho más amplios de la
población a la acción contra la salida neoliberal provocada por el
neoliberalismo. Exactamente esta
es la idea de la “red de mesas de convergencia ciudadana” que se están
extendiendo por todo el territorio del Estado como una esperanzadora mancha de
aceite
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