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martes, 13 de diciembre de 2022

Serguéi Karaganov: Asistimos al surgimiento de un nuevo mundo

La crisis no comenzó en 2022, sino a mediados de los años 90, al igual que la Segunda Guerra Mundial, que comenzó realmente con la Paz de Versalles, que fue injusta y sentó al 100% las bases de la misma.

Hace 25-27 años, Occidente se negó a hacer una paz justa con Rusia. Y, como le pareció a muchos en su momento, creó un nuevo sistema para su dominación basado en «reglas». Otros se refirieron más tarde a él como imperialismo liberal global. Pero el sistema fue construido sobre la arena. En él se colocó una mina de la Tercera Guerra Mundial que tarde o temprano podía explotar. Los veteranos como yo suelen compartir recuerdos, a menudo inventados. En mi caso puedo documentar que desde 1996/1997 ya escribía y decía que un mundo basado en la expansión de la OTAN y la dominación occidental conduce a la guerra.

La hegemonía de Occidente comenzó a desmoronarse en 1999 cuando, en un frenesí de impunidad, violó a Yugoslavia. El desmoronamiento fue a más cuando, eufórico, se metió en Afganistán, luego en Irak y perdió, devaluando su entonces superioridad militar y su liderazgo moral. Al mismo tiempo, se producían dos procesos aún más importantes. Rusia -convencida tras Yugoslavia, Afganistán, Irak y la retirada de Estados Unidos del Tratado ABM- de que era imposible construir una paz justa y duradera con Occidente, comenzó a restablecer su poderío militar. Y así, una vez más, como había hecho en los años 60 y 80, comenzó a derribar los cimientos de la dominación occidental en la economía, la política y la cultura mundiales, que se basaba en la superioridad militar. Este dominio duró quinientos años y comenzó a desmoronarse en la década de 1960. En la década de 1990, debido al colapso de la URSS, parecía haber regresado, pero ahora Rusia ha empezado a derribar de nuevo esos cimientos.

Al mismo tiempo, Occidente dejó pasar el ascenso de China. Paralelamente cometió un error aún más sorprendente. A finales de la década de 2000, Occidente comenzó a frenar a China y a Rusia al mismo tiempo, empujándolas hacia un bloque político-militar común que no entrara en conflicto con sus intereses fundamentales.

La manifestación del poderoso desmoronamiento de Occidente fue la crisis de 2008, que tuvo como telón de fondo los procesos antes mencionados y socavó la confianza en su liderazgo moral, económico e intelectual. Desde finales de la década de 2000, Occidente comenzó a desatar la Guerra Fría. Pero todavía había una ventana de oportunidad para acordar con Rusia y China los términos del nuevo mundo. Existió en algún momento entre 2008 y 2013. Esta ventana no se ha utilizado. Desde 2014, Occidente intensificó su política activa de contención de China y Rusia, incluyendo un golpe de Estado en Kiev para preparar a las tropas de choque y tratar de socavar a Rusia para recuperar la hegemonía.

Occidente, al perder terreno militar, político y moral, incluso su núcleo moral (recordemos el rechazo de Europa al cristianismo ya en 2002), pasó al contraataque histérico. La guerra se hacía inevitable, la cuestión era dónde y cuándo.

Al mismo tiempo, los problemas globales a los que se enfrenta la humanidad -el clima, la energía, la escasez de agua y de alimentos, el crecimiento explosivo de la desigualdad dentro del propio Occidente y la erosión de la clase media- no se resolvieron, sino que se agravaron. Su no resolución exigió maniobras dilatorias. Eso fue un poderoso factor en dirección a la guerra.

Durante dos años, la Covid se utilizó como sustituto de la guerra, pero una vez que su efecto se ha diluido, se hizo inevitable que se produjese un choque aquí o allá. Consciente de ello, Rusia decidió atacar primero.

Esta guerra tiene varios objetivos: impedir que Occidente cree una cabeza de puente militar ofensiva en las fronteras de Rusia, que se estaba creando rápidamente, y preparar a Rusia para una existencia a largo plazo en un mundo de conflictos y cambios rápidos, que requiere un modelo diferente de sociedad y economía: un modelo de movilización.

El siguiente objetivo es purgar a la elite rusa de los elementos pro-occidentales y compradores. Pero quizás el contenido principal de esta guerra u operación en términos de la historia mundial, no sólo de la historia rusa, es la lucha por la liberación final del mundo de quinientos años de yugo occidental, que reprimió a los países y civilizaciones, imponiéndoles condiciones desiguales de interacción. Primero simplemente saqueándolos, a través del colonialismo, luego del neocolonialismo, y después a través del imperialismo globalista de los últimos treinta años.

La guerra de Ucrania, al igual que muchos acontecimientos de la última década, no trata sólo y no tanto del desmoronamiento del viejo mundo, sino también de la creación de un mundo nuevo, más libre, más justo, más plural y policromo política y culturalmente.

El significado global de la lucha en Ucrania es la devolución de la libertad, la dignidad y la autonomía a los no occidentales (proponemos llamarlos con otro nombre: la Mayoría Mundial, que antes era reprimida y robada y humillada culturalmente). Y, por supuesto, una parte justa de la riqueza mundial.

Rusia no puede dejar de ganar esta guerra, aunque será difícil. Muchos de nosotros no habíamos contado con una disposición tan alta de Occidente para luchar militarmente, ni tampoco con una disposición tan alta de una parte de los ucranianos, convertida en algo parecido a los nazis alemanes enfrentados contra la URSS en el pasado, por luchar desesperadamente.

Probablemente, dadas las tendencias generales del mundo y el equilibrio de poder mundial, deberíamos haber golpeado antes. Pero no conozco el nivel de preparación de nuestras Fuerzas Armadas. Aunque creo que en 2014 deberíamos haber actuado con más decisión, abandonando las esperanzas de un acuerdo.

Vivimos un periodo peligroso, al borde de una tercera guerra mundial en toda regla que podría acabar con la existencia de la humanidad. Pero si Rusia gana, lo que es más que probable, y el conflicto no llega a una guerra nuclear total, no deberíamos considerar las próximas décadas como una época de peligroso caos (como dice la mayoría de Occidente). Llevamos demasiado tiempo viviendo en esas condiciones.

El viejo sistema de instituciones y regímenes ya se ha derrumbado (libertad de comercio, respeto a la propiedad privada), instituciones como la OMC, el Banco Mundial o el FMI, la OSCE me temo y la UE, están llegando a sus últimos años. Empiezan a surgir nuevas instituciones a las que pertenece el futuro. Son la Organización de Cooperación de Shanghai, la ASEAN+, la Organización de la Unidad Africana y la Asociación Económica Integral Regional (RCEP). El Banco Asiático de Desarrollo ya presta mucho más dinero que el Banco Mundial.

No todas las nuevas instituciones sobrevivirán, esperemos que sobrevivan algunas de las antiguas, especialmente en el sistema de la ONU, que necesita urgentemente una reforma, principalmente para la representación de la Mayoría Mundial , y no de Occidente, en la secretaría. Lo principal es no permitir que el Occidente perdedor frene la historia o la descarrile con una guerra mundial.

No sólo los países de la Mayoría Mundial, sino también los países occidentales pueden vivir bastante felices en este mundo, en el que estos últimos han invertido muchos de sus eruditos, escritores – Cervantes, Shakespeare, Stendhal, Hemingway, los grandes rusos. Occidente simplemente perderá la oportunidad de saquear al resto del mundo, tendrá que encogerse un poco. Vivir dentro de sus posibilidades.

Temo que este nuevo mundo que está tomando forma ahora se cree más allá de mi vida intelectual o física. Pero mis jóvenes colegas y seguramente sus hijos verán ese mundo. Pero hay que luchar por este hermoso mundo, en primer lugar evitando una tercera guerra mundial, por el intento de venganza de Occidente. Fue en Europa donde se desencadenaron las dos primeras guerras mundiales. Rusia lucha ahora, entre otras cosas, para que no se den las condiciones necesarias para una tercera. Pero los conflictos se producirán en una época de rápidos cambios. Así pues, la lucha por la paz debería ser uno de los temas principales de nuestra comunidad intelectual y del mundo en general, quizá también el foco de atención del Club Valdai.

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