El
capitalismo popular inmobiliario basado en el aumento irracional del precio de los bienes
inmuebles, es un intento de acomodar a los países del sur de
Europa al marco neoliberal definido por Maastricht precisamente porque dicho
marco hace imposible su desarrollo sobre bases productivas sostenibles. Su
colapso a partir de 2008 ha arrastrado todo un sistema económico, político,
institucional, todo un sistema de valores tras de sí, y que incluye la tolerancia
frente a la corrupción a cambio de poder saciar el hambre crónica de trabajo. A partir de mayo de 2010 se produce un quiebro en la opinión
pública provocado por la negativa alemana a darle una salida solidaria
a la crisis: las memorias de Rodríguez Zapatero son definitivas. Ese mismo mes, el colapso de las finanzas públicas griegas abre
la perspectiva de un desmembramiento de la Unión Europea. Pero la apoteósica
subida de Syriza en Grecia y el hundimiento de sus dos partidos principales
también abren la perspectiva de un cambio político profundo en el sur pilotado por la izquierda, de la creación de un eje de poder con capacidad de
imponerse a Merkel y a los grandes exportadores, que están convirtiendo el proyecto europeo
en una carrera a muerte de todos contra todos para salvar sus sistemas democráticos exportando desempleo al vecino.
A partir de ese momento -hacia los años 2009 y 2010- irrumpe una nueva cultura política impulsada por los hijos de las clases medias
urbanas faltos de perspectiva profesional aliados con los sectores más
politizados de las clases populares. La creación de la PAH (2009),
de las Mesas de Convergencia (noviembre de 2010), el propio 15-M (2011),
la Cumbre Social (2012), la creación del Frente Cívico (2013), las mareas y
recientemente las marchas de la dignidad, son intentos diferentes de hacer lo
mismo: unificar movimientos sociales, partidos políticos antineoliberales y
trabajo organizado sobre la base de nuevas formas de hacer política. A ello se
suma la creación de nuevas organizaciones y coaliciones: Alternativa
Socialista, que pretende crear un drenaje para canalizar votos desde la
abstención y del PSOE hacia un bloque antineoliberal, la conformación del grupo
de la Izquierda Plural en el Parlamento, y la propia creación de Podemos. En Cataluña, los errores acumulados del
PSC y de toda la izquierda
catalana, así como la quiebra de las finanzas de la Generalitat, reorientan a
muchos partidos desde el autonomismo hacia el independentismo colocando la
agenda nacional por encima de la agenda neoliberal.
Lo
que queda de estos vertiginosos cambios son tres cosas: a.) el neoliberalismo y
su versión mediterránea del capitalismo inmobiliario no son capaces de fidelizar
de forma sostenible a las clases populares y a sectores cada vez más amplios de
las clases medias instruidas; b.) el perfil de las clases medias urbanas
en vías de depauperación fuerzan una nueva cultura más participativa y un
fuerte recelo hacia la profesionalización de la política; c.) en una sociedad
tan compleja como la española, sólo va a ser posible darle una salida
progresista a la crisis creado espacios muy amplios de unidad y convergencia.
Por diferentes razones, la oportunidad de empezar a poner todo ello en práctica
eran las elecciones europeas.
Izquierda
Unida lanzó la idea de conformar una candidatura plural y unitaria aprovechando
el rodaje en sede parlamentaria, una idea que apuntaba en un sentido esperanzador. Sin embargo, pronto
quedó claro que se iba a quedar en una sopa de letras pues: (1) la elaboración
de la cabeza de la candidatura unitaria no estuvo a la altura de la nueva
cultura política; (2) no se creó un comité electoral conjunto que permitiera
elaborar un mensaje electoral plural y rico en matices; (3) las listas se elaboraron
siguiendo los procedimientos tradicionales y los puestos se repartieron no en
función de reflexiones estratégicas sino de escaramuzas internas; (4)
algunos partidos de la coalición insistieron en hacer una campaña por su cuenta
sin conexiones con el resto.
Podemos
se fue creado en medio de esta dinámica decepcionante. El principal responsable
de la imagen de Pablo Iglesias es el propio talento de Pablo, pero la
construcción de su capital simbólico ha sido financiado durante años por un
canal de televisión, posiblemente con el objetivo de dividir a la izquierda y evitar
una situación a la griega. La apuesta era arriesgada y salió mal: Podemos arrastró grandes cantidades de votos con consecuencias incalculables. Algunos de los que
criticaron la creación de Podemos lo hacían para no tener que hablar de la profundidad de los cambios en la cultura política que estaba viviendo el país o argumentando que no había que
poner en peligro la unidad de la izquierda. Pero este mensaje era formal como
habría quedado demostrado en los meses de preparación de las elecciones
europeas. La creación de Podemos sirvió para impugnar este formalismo.
Muchos ciudadanos votaron a la Izquierda Plural
porque en ella estaban representadas sus organizaciones. Otros lo hicieron
tapándose la nariz y por una “disciplina histórica” que les honra. Pero otros
muchos no lo hicieron y votaron a Podemos. Unos por el fuerte formalismo del
mensaje unitario de la de la Izquierda Plural, otros por la forma de elegir al
candidato y el candidato mismo, otros fueron seducidos por Pablo pero muchos
otros simplemente quisieron castigar a todos sin pensar muy bien lo que estaban
votando. Algunos pensamos hace tres años en lanzar algo parecido a Podemos a
partir de la idea de las Mesas, aunque incluyendo al resto de la izquierda
organizada. No fue posible porque esta última no lo habría aceptado, porque
nadie ponía encima de la mesa recursos para invertir en capital simbólico y
porque las experiencias latinoamericanas nos parecían difícilmente
extrapolables a Europa en aquel momento en el que las cosas no estaban aún tan
mal. Pero también porque nos faltó la locura y la osadía sin las cuales estas
cosas, que pueden estrellarse fácilmente, simplemente no salen. El resultado de
Podemos demuestra que en mayo 2014 había llegado la hora y todo demócrata tiene
que alegrarse de que haya sucedido.
¿Qué
hacer después del 25-M? Seguir con el mismo guión de antes sólo que ahora se
juega en tres campos de juego distintos, solo que ahora se ha roto un monopolio
que frenaba las cosas: el campo que gira alrededor de IU, el que gira alrededor
de Podemos y el que gira alrededor de aquella parte de izquierda nacionalista
que no sucumbe al enfrentamiento entre territorios. La convergencia entre los
tres espacios sólo será posible si en cada uno de ellos no se imponen los
sectores que pueden bloquear la unidad. Concretamente: (1) Los refundadores tienen que coger
la dirección de Izquierda Unida aunque sin reproducir la cultura de los que les
preceden: no es una cuestión de edad sino de modelos y culturas políticas.
Tienen poco tiempo y las cosas, por ahora, no pintan bien; (2) el rápido crecimiento de Podemos no ha permitido la formación de una dirección colectiva. Esto ha generando un peligro de infiltración organizada de sectas completamente alejadas de la amplitud del movimiento. La formación de grupos coherentes de equipos elegibles que encabecen la preparación de la asamblea de otoño, es un intento razonable de impedir ese desastre: los participantes en los círculos tienen que saber estar a la altura para evitarlo; (3) los nacionalistas de izquierdas que no se dejan seducir por la
llamada de sus falsos hermanos del nacionalismo neoliberal, también tienen que
imponerse en sus organizaciones. Su problema es que el tirón del independentismo
catalán, y el retraso en la elaboración de un proyecto identitario compartido a
nivel de todo el Estado, puede empujar a más de uno a arrojarse al pozo de la competencia territorial que prolifera en toda Europa.
Pero el problema central es el mismo que hace
cuatro años: hacer converger la diversidad de regímenes de vida y de
trabajo, de culturas políticas, de procedencias individuales y colectivas, de
códigos y símbolos identitarios en un mismo proyecto estructurado de forma
horizontal y plural: la creación de un bloque-mosaico con capacidad de dar
un salto en las formas de hacer política. El bloque-mosaico (y no necesariamente la "izquierda-mosaico" como nos ha enseñado Podemos) no es una sopa
de letras ni una escaramuza electoral, sino un monumental acto de creatividad
política, de producción conjunta y masiva de algo nuevo lleno de piezas,
colores y rincones distintos. La búsqueda persistente, y a veces nada fácil, de
espacios políticos comunes y la organización conjunta de resistencias son sus
dos grandes herramientas. El ¡acto de creatividad política tiene que
incluir un acto de creatividad cultural e identitaria que cree complicidades:
el bloque-mosaico tiene que darse una identidad plurilingüe, multinacional,
republicana y solidaria, y ante todo funcionar de forma inclusiva. Sólo así podrá imponer un proyecto similar en la sociedad
que pretende transformar, sustituir el españolismo por un republicanismo
multicolor, sustituir la compactación identitaria de territorios para pegar más
duro hacia fuera por alianzas destinadas a cooperar mejor con sus hermanos de
fuera, el esquema jerárquico por un esquema horizontal para crear una sociedad solidaria con una economía al servicio de las
personas y de la naturaleza.
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