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martes, 4 de marzo de 2014

Ucrania: la quimera de Europa. Por HIGINIO POLO (publicado en El Viejo Topo (313) 2014


El estallido, a finales de 2013, de una nueva crisis política en Ucrania, más allá de los protagonistas locales y de las causas internas que han llevado a su repentino desarrollo, manifiesta que la agria disputa por el dominio de la antigua periferia soviética no ha terminado, ni mucho menos. Junto a las fuerzas políticas ucranianas, y los grupos económicos ligados a ellas, tres poderes exteriores protagonizan la crisis. Por un lado, es visible la acción de Estados Unidos, que aunque por imperativos geográficos no puede aspirar a introducir en su área de influencia directa a Ucrania, sí pretende convertirla en una segunda Polonia: un país-cliente, satélite, activo propagandista de la visión norteamericana del mundo y solícito cumplidor de todas las demandas de Washington, desde el envío de tropas a aventuras neocoloniales hasta la apertura de cárceles secretas, pasando por la colaboración de servicios secretos y fuerzas armadas. Por otro, es evidente el ejercicio posibilista de la Unión Europea, que si bien aspira a atraerse a Ucrania a su zona de influencia (con la colonización del mercado interior ucraniano y la apertura de nuevas fuentes de inversión y negocio para las empresas europeas), sabe también que, inmersa en una dura crisis la propia Unión, no puede prometer a Ucrania una integración inmediata: el interminable “caso turco” (Bruselas firmó con Ankara un tratado de asociación… en 1963, que no ha tenido consecuencias para la integración), y las dimensiones de Ucrania, muestran los límites de su política exterior. Por su parte, Rusia se halla embarcada en la reconstrucción y reintegración del antiguo espacio soviético, resignada al distanciamiento báltico, el rechazo azerí y la enemistad georgiana, pero dispuesta a poner límites a Washington y Bruselas en el resto de las antiguas repúblicas soviéticas.