La discusión sobre salirse o no del euro no toca el núcleo del problema económico de Europa: el ahondamiento de una división continental del trabajo basada en una creciente desigualdad entre el norte y el sur, entre el centro y la periferia, entre el centro y el este. Sólo tiene sentido discutir la variable monetaria si no vienen de la mano de propuestas destinadas a cambiar estas desigualdades. Ninguna medida monetaria va a traer por sí misma un cambio en este sentido. Da igual lo rojos y radicales que nos declaremos, da igual el número de libros de hayamos escrito: pensar la crisis en estos términos es caer en el fetichismo monetario, es apagar la luz que Marx encendió con su "Crítica de la economía política", y que permite entender las conexiones, a veces complejas e invisibles, de los fenómenos monetarios con la economía real.
Los gobiernos europeos de los años ochenta que más tenían que perder con el neoliberalismo afrontaron sus consecuencias como buenamente pudieron. En un contexto hipercompetitivo como el que se fue imponiendo año tras año a partir de la década de los años 1980, no tenían otra salida que generar inestabilidad monetaria elevando los tipos de interés para así intentar atraer inversiones extranjeras que crearan unos puestos de trabajo cada vez más escasos. Al hacerlo provocaban los procesos inflacionistas que Alemania y los intereses vinculados las altas finanzas internacionales deseaban menos que nadie. En las sociedades periféricas de Europa la disciplina monetaria impuesta por las autoridades comunitarias fue secando, uno tras otro, los espacios de desarrollo abiertos por esta vía. Pero esta vía monetaria no es el origen sino el resultado: es la vía de escape que tenían los gobiernos del sur para hacer frente a la destrucción de tejido productivo impuesto por las condiciones de integración en la Unión Europea, y fomentada activamente por las élites políticas nacionales reconvertidas hacia el neoliberalismo.
La euforia europeísta, que llevó al diseño de aquella propuesta fallida de Constitución Europea, no quiso arrostrar la liquidación de la economía real del sur inventando una Europa de armonía y solidaridad. Incluso una parte de la intelectualidad progresista se negó a ver durante años las contradicciones que necesariamente tenía que ir acumulando este proyecto de integración: por un lado un discurso competitivo y excluyente en lo económico y en lo social encerrado en las cámaras de unos argumentos económicos que nadie acaba de entender realmente; por otro, un discurso con vocación cooperativa y de sostenibilidad ambiental, tolerante y solidario en lo político y lo cultural propagado en los medios de comunicación y en los círculos intelectuales. Este doble lenguaje también explica el avance del neoliberalismo en Europa pues ha funcionado como el acompañamiento culto y civilizado de una política en esencia destructiva, injusta para con las economías más débiles e insostenible a largo plazo. También explica muchas de las inseguridades que está generando entre las clases populares europeas pues son ellas las que sufren principalemente el abandono del argumento social Y productivo frente a una vaga superestructura europeista e identitaria sin consecuencias reales en su vida cotidiana, y altamente insertada en una economía de rentas financieras y de rentas inmobiliarias.
Nadie puede negar que existe un deseo colectivo -más o menos amplio- de integración cultural y política, de unificación y mejora ambiental del Continente. Pero de nada sirve este deseo si lo social y, sobre todo también lo PRODUCTIVO, aparece como un argumento aún más secundario, incluso, que lo ambiental. Estas son grandes palabras. La separación entre lo económico-social de lo político y lo cultural es una vuelta en toda regla al siglo XIX, a un modelo de democracia minimalista dominada ahora por unas finanzas sin control ciudadano ninguno, por una economía en la que la generación real de riqueza queda por detrás de su redistribución a través de la renta financiera e inmobiliaria. Lo grave es que probablemente no haya ningún lugar en el mundo que haya tenido que pagar un coste tal elevado en el pasado por esta separación entre realidad social desgarradora y bonitas palabras de armonía universal como la vieja Europa.
Nadie puede negar que existe un deseo colectivo -más o menos amplio- de integración cultural y política, de unificación y mejora ambiental del Continente. Pero de nada sirve este deseo si lo social y, sobre todo también lo PRODUCTIVO, aparece como un argumento aún más secundario, incluso, que lo ambiental. Estas son grandes palabras. La separación entre lo económico-social de lo político y lo cultural es una vuelta en toda regla al siglo XIX, a un modelo de democracia minimalista dominada ahora por unas finanzas sin control ciudadano ninguno, por una economía en la que la generación real de riqueza queda por detrás de su redistribución a través de la renta financiera e inmobiliaria. Lo grave es que probablemente no haya ningún lugar en el mundo que haya tenido que pagar un coste tal elevado en el pasado por esta separación entre realidad social desgarradora y bonitas palabras de armonía universal como la vieja Europa.
Desde que el triunfo del proyecto neoliberal nuestro Continente ya no es un espacio en el que se fomente o facilite el desarrollo productivo simultáneo de todos sus países. Por el contrario, Europa es hoy un espacio en el que unos países –cada vez más unas determinadas regiones- se especializan en importar los productos que se producen, diseñan o conciben en otros lugares de aquella parte de Europa hiperespecializada en crear para exportar. Esto no es sólo una inocente división técnica del trabajo –“unos tienen que diseñar y otros tienen necesariamente que ejecutar los diseños: qué la vamos a hacer”- Implica una creciente jerarquización territorial y regional, una diferenciación entre zonas en las que una parte creciente de su población activa realiza trabajos simples -ocupaciones-mano- y otras en las que se concentran un porcentaje -también crecientes o, como mucho, constantes- de las ocupaciones más creativas y estratégicas: las ocupaciones-cabeza.
Es verdad que todos son puestos de trabajo, pero nada tienen que ver los de complejidad alta o media, en los que brota la autonomía, la creatividad y el valor añadido, con aquellos otros de complejidad media-baja o baja que se limitan a ejecutar tareas simples, a transformar los planos concebidos por los primeros, a distribuir productos concebidos por otros o a mecanizar piezas ideadas en distantes centros de diseño. Esta división del trabajo se traduce en un reparto desigual del poder político pues los eslabones estratégicos de las cadenas de valor generan una mayor capacidad de presión política que aquellos otros basados en "ocupaciones-mano". Esto se traduce en una vulnerabilidad también profundamente desigual de cada una de las regiones de Europa frente a las coyunturas económicas y financieras, frente a los peligros de deslocalización o frente a los intentos de reducir salarios, en definitiva frente a las consecuencias de las políticas neoliberales.
Las zonas, comarcas y regiones, con una alta o muy alta densidad de ocupaciones-cabeza, son las zonas nodales del continente, la fuente de agua clara en donde brota el capitalismo lindo europeo. Las zonas con una alta o muy alta densidad de ocupaciones-mano rodean a aquellas en forma de anillos cada vez más opacos y periféricos a medida en que se van alejando de las primeras: son los lodazales del capitalismo feo Europeo. Todo es capitalismo, sí, pero no es lo mismo ser explotado creando, aprendiendo y haciéndose necesario para los grandes inversionistas, es decir consolidando un poder de negociación frente al capital; que hacerlo imitando y repitiendo, siendo cada vez más sustituible, más suplantables por cualquier otra región del planeta. Aún cuando las zonas del capitalismo feo puedan ser mucho más bellas que las primeras, aún cuando muchas veces están salpicadas de un vasto patrimonio cultural generado en épocas pasadas, posean una naturaleza portentosa y encierren paisajes únicos, su capitalismo sigue siendo "feo".
Feo y destructivo porque, en la mayoría de los casos, se ven obligadas a malvender, romper, desgastar, o incluso a deglutir para siempre una buena parte de todo eso que han heredado de su larga historia natural y social, se ven obligadas a "ponerlo en valor", a convertirlo en reclamo para atraer la atención de los inversores con el fin generar los recursos que necesitan desesperadamente para dar trabajo a sus poblaciones y para financiar sus Estados del bienestar. Praga, una de las ciudades más bellas de Europa, está a punto de perder su condición de patrimonio de la humanidad debido las inversiones inmobiliarias que empiezan a asomar por la periferia de su barrio histórico, y son incontables los casos similares que se han dado en España en los últimos cuarenta años. Todas las regiones del capitalismo feo europeo tienen una cosa en común: consumen muchos más recursos energéticos y sanitarios, más calidad de vida, más patrimonio natural, estético y cultural de los que destruyen para crecer
La Europa linda.
La Europa linda.
Las zonas del capitalismo lindo se vuelcan en el cuidado de sus edificios, prohíbe la especulación con su patrimonio, se ha embarcado en un exitoso proceso de reducción de emisiones contaminantes, regula mejor las condiciones de trabajo de sus asalariados y repara al menos una parte importante de lo que destruye. Las zonas nodales no necesitan tanto poner en valor su patrimonio colectivo porque sus poblaciones viven y trabajan generando valor, creando valor nuevo, que no es sólo valor económico sino también recursos intelectuales, ideas. En ellas proliferan las infraestructuras de I & D y las empresas innovadoras/exportadoras. Pero no sólo: lo que sobre todo proliferan son las ocupaciones-cabeza, se traduzcan o no en actividades de I & D. Los gobiernos centrales y regionales las apoyan activamente con políticas industriales dinámicas y bien presupuestadas, su fuerza de trabajo no sólo está muy cualificada, sino que además aplica diariamente sus cualificaciones en el trabajo. Esto no quiere decir que las condiciones de trabajo sean estupendas o que hayan mejorado en los últimas décadas. El neoliberalismo ha degradado también una buena parte del trabajo creativo generando grandes contradicciones entre la calidad que tienen que tener los productos y los servicios de alto valor añadido, y la necesidad, cada vez más apremiante, de que ante todo, estos se traduzcan en beneficios comparables a los de las empresas financieras y en el menos espacio de tiempo.
Aún así todo persiste su posición de privilegio. Las zonas nodales albergan una buena parte de las sedes de las multinacionales europeas y de las representaciones de las del resto del mundo, así como los grandes centros de decisión política como el Parlamento y la Comisión Europeos o Tribunal Internacional de La Haya. Aquí se decide, diseña, crea, planifica, desarrolla, calcula y evalúa para que en otras zonas más feúchas otros –filiales de empresas centrales, empresas locales venidas a menos, gobiernos endeudados- ejecuten, reproduzcan, carguen, distribuyan, monten y embalen siguiendo lo que aquellas han puesto sobre papel, sobre un disco duro o incrustado en los genes de la "opinión pública oficial" europea.
El mapa de estas regiones decididoras prácticamente no ha cambiado desde los años 1960 (ver mapa). Abarca una franja que empieza en el sur de Inglaterra, cruza el Canal de la Mancha, incluye el grueso del Benelux -no desde luego la Valonía- y el norte de Francia, baja por el Rin y muere en los distritos industriales del norte de Italia. Algunas ramificaciones llegan hasta el sur de Escandinavia, hasta Madrid y Barcelona, hasta Berlín formando islotes más o menos grandes en la mayoría de las capitales más europeas. Sin embargo estos islotes, que albergan porcentajes elevados de profesionales urbanos, no tienen la continuidad y la densidad dispositiva de las zonas nodales. Es la gran "S" verde y civilizada de Europa, un espacio con una alta densidad urbana y periurbana, bien comunicado entre sí, que abarca el 18% de la superficie de la Unión Europea de los 15 -un porcentaje muy inferior de la Unión Europea actual-, pero en el que se concentra más de la mitad de todo su PIB –algo menos con la ampliación al Este-. Es aquí donde se concentra el capitalismo lindo que injustamente le da el sello a Europa toda, donde se apiñan las redes más o menos jerárquicas de cooperación empresarial, los medios de comunicación más influyentes, desde El Corriere de la Sera, el Frankfurter Allgemeine Zeitung pasando por Le Monde y The Times. Donde se localiza la infraestructura social y material de su modelo civilizado de coexistencia, incluida su envidiable sensibilidad ambiental. Este pentágono delimita el núcleo del capitalismo renano. Es el hijo del capitalismo regulado y cooperativo de las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial que viene sufriendo feroces ataques desde finales de los setenta pero que aún resiste en espacios como este. La financiarización de la economía y el paradigma competitivo lo está colocando contra las cuerdas aunque, en general, ha aguantado comparativamente bien los zarpazos de la globalización neoliberal sin que eso quiera decir que no sufra sus consecuencias. En la geografía de la Europa linda han arrasado los partidos de profesionales en las últimas elecciones europeas mientras la abstención crecía en los anillos de la Europa del capitalismo feo: los partidos verdes, los partidos liberales, la Italia dei Valori y Unión para el Progreso y la Democracia en España, los partidos de fuerte contenido identitario que proponen a sus votantes deshacerse del lastre fiscal del capitalismo feo. Esta tendencia apuntan a un distanciamiento ideológico entre los asalariados con ocupaciones-cabeza y aquellos otros con ocupaciones-mano. Este distanciamiento es una de las condiciones principales para la proliferación de movimientos de ultraderecha entre los sectores populares y del renacimiento de nuevos proyectos nacionales, se autodenominen nacionalistas o no.
El resto de las regiones de Europa tienen abiertas dos posibilidades más otras que serían combinaciones pragmáticas entre ellas: (1) o bien pueden convertirse en espacios productores de mercancías de relativamente bajo nivel añadido cuya producción es subcontratada por las grandes empresas centrales y pensantes ubicadas en las zonas nodales, es decir, o bien pueden convertirse en regiones-manos bien comunicadas por carretera con las regiones-cabeza; (2) o bien pueden convertirse en zonas no vinculadas a los espacios nodales pero que subsisten gracias a la atracción de capitales no productivos aplicando políticas macroeconómicas o de ámbito local y regional destinadas a poner en venta los recursos que les ha puesto gratis su pasado: su naturaleza, sus paisajes, sus edificios y sus costas. En estos espacios y en las condiciones neocompetitivas actuales, ponerlos en venta significa destruirlos total o parcialmente mucha veces de forma irreversible: son la Europa subcontratada (1) y la Europa en venta (3)
La Europa subcontratada
La primera variante convierte a las regiones en espacios plagados de PYMEs fabricantes o prestadoras de productos y servicios diseñados en otros lugares. El sistema piramidal de subcontratación y sub-subcontratación es marcadamente jerárquico y está muy disperso en el espacio con lo cual se convierte en un insaciable consumidor de petróleo y de carreteras de alta capacidad para mover componentes por todo el territorio continental, pues la mayor parte de estos productos tienen que ser transportados por vías rápidas a los centros de montaje final y a los centros de consumo repartidos por toda Europa en un frenético sistema de just-in-time que convierte cada minuto de retraso en miles de euros de pérdidas.
Las grandes plantas de producción ubicadas tradicionalmente en las zonas "lindas" en el interior de los países, son ahora (des)localizadas a estos espacios gracias a las posibilidades que ofrecen las nuevas técnicas de ingeniería para la simplificación de los procesos de fabricación haciendo innecesario el empleo de muchas cualificaciones especializadas, cualificaciones que se conservan en las zonas nodales donde las fábricas son sustituidas por espacios terciarios generadores de alto valor añadido. Este mar de PYMEs, unidas por un sinfín de carreteras financiadas con dinero procedente de la Unión Europea y por las que circulan los traileres noche y día, están unidas entre sí y con las zonas nodales en términos de propiedad, de tecnología, de organización y de sistemas logísticos de justo-a-tiempo. Forman constelaciones planetarias cuyos soles son las grandes multinacionales europeas y extraeuropeas a los que las gobiernos regionales tratan como a faraones egipcios. Dichos gobiernos se suelen sentar como invitados ausentes en las mesas de negociación con los trabajadores con el fin de presionar al lado sindical para que no se "exceda" en sus reivindicaciones. La planta de la Volkswagen de Landaben y los suministradores del sector del automóvil enclavados en Navarra es un ejemplo extremo pero generalizabe: generan cerca del 90% de las exportaciones de esta comunidad situada en el eje estratégico del Ebro que comunica todo el norte de la península ibérica con el resto de Europa. Pero el cierre de una planta de montaje como la de Landaben se decide a miles de kilómetros de forma que empleo, impuestos, desarrollo local, formas de vida y ritmos productivos, el futuro entero de una región o incluso de un país, son cosas sobre las que nada pueden decir los gobiernos elegidos por sus ciudadanos excepto su predisposición a ofrecerles dinero público a fondo perdido con tal de que no se vayan a otra región aún más competitiva en salarios, energía, territorio y destrucción.
Los países de las zonas de este primer grupo exportan formalmente mercancías. Pero lo que hacen realmente es generar y mover material de una filial a otra, de una empresa a otra situada más arriba en la pirámide de la subcontratación y sin que en sus territorios se tome prácticamente ninguna decisión relevante. El desarrollo de esas regiones está casi enteramente en las manos de las necesidades y de las políticas de las grandes multinacionales y de las redes de empresas que depende de ellas. Sufren un peligro constante de deslocalización, de venta y cierre de centros de trabajo, de desinversión o de reducción de aquellas capacidades de I & D que aún no han sido eliminadas o trasladadas, si bien el carácter fijo de sus inversiones "atan" temporalmente a los capitales multinacionales a estos territorios. Pero las inversiones fijas se amortizan antes o después de forma que estas regiones compiten a muerte entre sí con el fin de intentar atraer o conservar puestos de trabajo y unas capacidades productivas ya muy menguadas por las políticas europeas. Cuando más elevado sea el desempleo, cuando más recursos y capacidades de tipo dispositivo -ocupaciones-cabeza- hayan vendido o dejado morir todas estas regiones en los años de la euforia neoliberal, más vulnerables se han hecho pues han perdido unos recursos, los únicos o los más importantes en los que pueden competir en el mercado de los enclaves industriales: la tradición productiva de sus poblaciones y sus cualificaciones. La presión para que se reduzcan salarios, se precaricen las condiciones de trabajo, se recorten los impuestos, se limiten las políticas redistributivas y se ignoren las regulaciones medioambientales, es constante. Pero en medio de ese océano competitivo e insolidario en que se ha convertido Europa, no tienen muchas más opciones que someterse sin condiciones al dictado de los nuevos faraones con el fin de atraer inversiones. Los salarios no sólo tienen que ser bajos -mejor: más bajos que la competencia-, sino que tienen que seguir siéndolo para poder retener inversiones. También los costes energéticos tienen que disminuir dificultando así la lucha contra el cambio climático y las energías obsoletas.
Las infraestructuras viarias están supeditadas no a la lógica del desarrollo interno de las regiones y de sus ciudadanos, sino a las necesidades de las largas cadenas de valor añadido controladas por las empresas enclavadas en las zonas nodales. El dumping se normaliza como política regional. Esta forma dispersa y jerarquizada de organización industrial alarga las distancias entre consumidores y productores, eleva el saldo energético y bloquea el desarrollo endógeno de las regiones. En los años ochenta y noventa fue España, pero hoy son otros países relativamente grandes como Hungría, la República Checa y Eslovaquia, pero también Polonia, con tasas de comercio exterior por encima del 80% del PIB, los ejemplos más extremos de la Europa Subcontratada. Todos ellos se han convertido en satélites productivos de la Gran Alemania, todos ellos dependen del libre tráfico de mercancías para subsistir, en todos ellos las partidos de inspiración liberal y base fuertemente popular tienen un peso significativo. Han aguantado relativamente bien la crisis pues su destino es el destino de Alemania que practica políticas unilaterales a costa del resto de la Unión Europea.
La Europa en Venta
La salida abierta al segundo grupo de regiones consiste en intentar subsistir atrayendo capital no tanto productivo sino preferentemente especulativo con el fin de generar rentas para sus dueños: es la Europa en Venta. Para conseguirlo tienen que poner a disposición del dinero sobrante en el mundo sus recursos no productivos: su patrimonio natural, cultural y paisajístico, su territorio, sus tradiciones, sus instituciones, sus infraestructura, incluso el patrimonio público acumulado en décadas anteriores -transportes, servicios comunales y públicos municipales etc.- en definitiva, todo aquello que se ha venido sedimentando a lo largo de siglos de socialización no capitalista -moderna y tradicional- y que ahora puede ser puesto en valor, vendido a precios competitivos.
Las herramientas que utilizan los gobiernos centrales para la práctica de esta política no son los bajos salarios, que no influyen tanto en la lucha competitiva y se dan por obvios, sino los tipos de interés y la intervención en la cotización de sus monedas. Los gobiernos regionales y los ayuntamientos tienen una segunda batería de munición como las recalificaciones de terrenos, las exenciones fiscales o la puesta en venta de todo tipo de activos que puedan ser atractivos para los capitales apátridas. La incorporación al euro elimina la posibilidad de intervenir en la cotización de las monedas de forma que el margen de maniobra se concentra cada vez más en el plano fiscal, ambiental y normativo en general, es decir, en aquellos instrumentos que aún siguen en manos de las corporaciones locales y regionales. Esto genera enfrentamientos locales, regionalismos y movimientos municipales para quitarle recursos al vecino.
Son regiones que necesitan convertir porciones crecientes de su patrimonio colectivo en objetos susceptibles de ser comprados y vendidos a buen precio por inversionistas anónimos de todo el mundo. La creación de oferta inmobiliaria mediante la recalificación y la privatización de espacios urbanos, de paisajes, playas y territorios son instrumentos bien conocidos en España desde hace décadas, un país de enormes recursos naturales que sufre un desempleo crónico, donde estas regiones han proliferado e incluso generado tasas de crecimiento económico muy importantes mientras mataban la gallina de los huevos de oro: su naturaleza y su patrimonio cultural. Portugal y Grecia, los países bálticos y vastas regiones de Bulgaria y Rumanía, donde el sector de la construcción vivió un boom comparable al de España, han sido incorporadas recientemente a la Europa en Venta. Pero al basarse en la atracción de riqueza y no en su generación, también son las regiones que más están sufriendo las consecuencias de la crisis. La ausencia de un sistema financiero propio las ha expuesto aún más al capital especulativo, capital que ahora las ha arrojado a la bancarrota. Son las regiones donde el desempleo está creciendo más, donde los capitales apátridas no han dejado nada tras de sí locales comerciales vacíos con el letrero de "se traspasa". Esta clase de instrumentos neocompetitivos han sido utilizado por muchas regiones europeas, pero la Europa en Venta depende de ellos como del aire para respirar, e incluyen la atracción de dinero de origen ilegal, preferentemente generado por la evasión fiscal y la huida de capitales.
Antes del triunfo del proyecto de integración neoliberal, las zonas lindas y las zonas feas coexistían dentro de un mismo territorio nacional. Las grandes empresas tenían tanto capacidades propias de I & D como también talleres y áreas de montaje en donde se ejecutaban los planos y los diseños trazados no muy lejos y aplicando tareas de creatividad media o incluso alta. También las actividades de las empresas terciarias estaban mucho más orientadas a los mercados interiores o incluso a los mercados regionales. Muchas grandes ciudades eran zonas nodales en cierto sentido –la mayoría lo siguen siendo- y prácticamente todos los países tenían manchas de capitalismo lindo más o menos grandes y bien repartidas en sus respectivos territorios.
Las cosas cambian con las sucesivas ampliaciones de la Unión Europea durante y después de los años ochenta, ampliaciones que llevan a la quiebra, a la compra y, en general, al traslado de capacidades creativas autóctonas a la Europa Linda donde aumenta su densidad y el número de personas vinculadas a su desarrollo. Esta situación de competencia sin fin entre regiones, comarcas, territorios autónomos y ayuntamientos generadora de desigualdades y de recelos, no se capta comparando los países de la Unión Europea, por ejemplo en términos de renta per cápita. Sin embargo, incluso un análisis grueso de las desigualdades entre países y regiones de la Unión Europea ofrece datos inequívocos: las grandes diferencias en términos de PIB per cápita entre todos los países europeos se cerraron 1950 y 1973, es decir en los tiempos del capitalismo regulado en los que estaban vigentes las relaciones cooperativas entre los países europeos, y cuando los países tenían margen para crear sus propias zonas lindas. Fue aquel “el período de mayor convergencia” (Göran Therborn) en la historia de Europa. Si tenemos en cuenta que muchos países ni tan siquiera formaban parte del entonces Mercado Común hay que concluir que no fue tanto el Mercado Común, sino el contexto político y económico internacional el que explica mayormente dicha convergencia. España, por ejemplo, converge durante esos años en términos de PIB per cápita con la media de los países de Europa occidental a pesar de no pertenecer al Mercado Común. “Toda la convergencia entre los 12 de la CE tuvo lugar antes de que se hubieran reunido en la Comunidad Europea…Los doce países se volvieron más similares cuando lo que era entonces la CEE tenía sólo seis miembros, es decir, hasta 1973”. A partir de esa fecha las disparidades empiezan a crecer de forma un poco más lenta en los años ochenta, de forma más rápida en los noventa y de forma dramática con la incorporación de los países del Este y literalmente de forma insostenible tras el crack de 2008. El capitalismo inmobiliario español había cerrado la brecha de renta per cápita con respecto a los quince países de la UE, pero el fin de fiesta la ha vuelto a ampliar. Es otra confirmación de la ley de hierro del neoliberalismo: la desregulación financiera y las políticas desindustrializadoras producen desigualdades insostenibles, estrangulan la cooperación entre regiones y destruyen la viabilidad de los sistemas monetarios que no las tienen en cuenta. La discusión sobre la realidad monetaria, incluida la cuestión de si salirse o no salirse del euro, debe entroncar con esta clase de análisis que nacen de la exploración de la economía real pero, en ningún caso, hacer el recorrido inverso.
(de A. Fernández Steinko: Izquierda y Republicanismo. El salto a la refundación. Madrid: Akal 2010, ligeramente actualizado)
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