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martes, 3 de noviembre de 2015

A. Santamaría: 27S Entre el empate infinito y la ingobernabilidad (publicado en El Viejo Topo nov. 2015)

El carácter plebiscitario de los comicios caló en el electorado como demuestra  la elevada participación  (77,44%) que batió todos los registros históricos en unas elecciones al Parlament de Catalunya. El incremento  de la participación  (+7,8%) se concentró principalmente  en los distritos tradicionalmente abstencionistas  de las ciudades  y barrios de la periferia del Área Metropolitana de Barcelona y Tarragona. Mientras en Vic la participación  aumentó  el 3,72%, en Sant Adrià del Besos o Santa Coloma de Gramenet aumentó  el 9,62 % y 9,23%, respectivamente; aun así la participación fue 6,8% superior en Vic que en Santa Coloma. De esta manera se rompió el tradicional abstencionismo  dual y selectivo característico de las autonómicas catalanas donde en los distritos nacionalistas se verificaban elevados índices de participación mientras en los barrios del área metropolitana se concentraba una elevada abstención que no se repetía en las elecciones generales, en las que se votaba masivamente a favor de las fuerzas de izquierda, particularmente  a los socialistas. Un factor clave para explicar las reiteradas victorias de CiU en las elecciones autonómicas en la etapa autonomista. 

La movilización electoral en estos distritos provocó que la lista de Junts pel Sí obtuviera un resultado muy por debajo de sus expectativas, al perder nueve escaños respecto a los logrados por CiU y ERC en las autonómicas  del 2012 y 4,7 puntos porcentuales menos. De este modo se evaporaba el objetivo de dicha candidatura de obtener la mayoría absoluta en escaños y lograr la mayoría de votos a favor de la independencia sumando sus sufragios a los de la CUP. 

La superposición  del supuesto plebiscito con unas elecciones parlamentarias  produjo un resultado endiablado. Aunque la suma de las fuerzas secesionistas (Junts pel Sí y CUP) lograba una holgada mayoría absoluta de 72 escaños, no lograba superar la barrera del 50% de los votos (47,8%). El líder independentista  escocés Alex Salmond realizó una certera lectura de estos resultados que, a su juicio, abrían el camino para negociar con el Estado español la celebración de un referéndum de autodeterminación, pero impedían iniciar el proceso hacia la independencia. Sin embargo, esta advertencia ha sido desoída por los dirigentes de las dos candidaturas  secesionistas, para quienes la mayoría parlamentaria  resulta suficiente para continuar con la hoja de ruta separatista. Para la CUP no haber obtenido la mayoría de votos descarta la opción de realizar una Declaración Unilateral de Independencia (DUI) inmediata, pero no descarta continuar  la desconexión con el Estado español, a través de un proceso constituyente

Las dos Cataluñas

El análisis de los resultados electorales en las poblaciones de la Cataluña interior y metropolitana  nos devuelve una imagen de una Cataluña partida en dos mitades. A modo de ejemplo, Vic y l’Hospitalet de Llobregat resultan el positivo y negativo de una fotografía; mientras en Vic se impone Junts pel Sí (66,7% de los votos), seguida de la CUP (8,6%), en l’Hospitalet lo hacen C’s (23,6%) y PSC (23%). Si en Vic las fuerzas independentistas obtienen  el 75,3% de los sufragios, en l’Hospitalet sólo logran el 24,1%. 

Esta radical dualidad  ha desatado intensos debates sobre la fractura social que el proceso independentista estaría provocando en Cataluña. Si bien es cierto que los resultados electorales nos transmiten la estampa de una sociedad partida en dos, afortunadamente esta fractura –de momento– no se percibe a nivel social. Sin embargo, se están  acumulando todos los elementos para que se produzca. La extremada agresividad verbal sobre el tema que puede apreciarse en las redes sociales y los foros de debate de los medios de comunicación resulta un indicio de ello. Por otro lado, si las fuerzas secesionistas, como todo parece indicar, se empeñan en continuar con la hoja de ruta separatista a pesar de no contar  con el apoyo mayoritario de la población, podría abrirse la espita para un enfrentamiento cívico de proporciones alarmantes. La gravedad de esta amenaza puede apreciarse en las numerosas  invocaciones al papel del PSUC que, en el final de la dictadura, consiguió que la clase trabajadora se sumase a las reivindicaciones catalanistas, evitando el peligro de una fractura social e identitaria.

Sin embargo no existe en el panorama  político, crecientemente polarizado, ninguna fuerza política con la capacidad de ejercer de puente entre las dos Cataluñas. El PSC, que durante el periodo autonomista jugó este papel, ha estallado, y el sector catalanista ha abandonado la formación para sumarse a Junts pel Sí. El fracaso de la coalición entre  Podemos,  ICV-EUiA (Catalunya Sí Que Es Pot) frente al éxito de Ciutadans también resulta un indicador de que la intensa polarización política e identitaria está bloqueando esta posible salida. 

Las bases sociales del movimiento independentista son las clases medias atomizadas, despolitizadas y castigadas por la crisis que ven en la construcción del Estado propio la panacea para todos sus males. Además, el secesionismo da libre curso a pulsiones de superioridad  étnica y social, pero también  a la hispanofobia que se ha ido acumulando  de modo latente durante el pujolismo y que la torpeza de la gestión del PP ha alimentado hasta extremos inquietantes.

El proyecto separatista ha propiciado un movimiento de unificación ideológica máximo de estas capas sociales en torno a entidades cívicas como la ANC y donde los medios de comunicación públicos de la Generalitat y los privados afines juegan un papel fundamental, pues a mayor atomización más importante es el papel de los medios. Este movimiento de unificación se ha traducido políticamente en la candidatura de Junts pel Sí, donde las diferencias políticas en el eje social se subsumen en un mensaje independentista simple y binario.

Por el contrario, en el bloque no independentista no se ha producido  este movimiento  de unificación y las diferencias políticas en el eje social continúan operativas, lo cual impide la formación de un frente del no. A la atomización y desestructuración de la clase trabajadora catalana provocada por décadas de paro y subempleo, se añade la exclusión lingüístico-cultural iniciada en el pujolismo, que adoptó carta de naturaleza con la inmersión lingüística y que ahora se ha exasperado con el proceso soberanista. No obstante, el éxito de Ciutadans en los dis- tritos obreros, donde tradicionalmente se imponían PSC e ICV-EUiA, indica que la presión secesionista puede provocar a medio plazo un movimiento de unificación semejante en clave españolista, con lo cual se darían todos los elementos para el enfrentamiento social.

¿Soberanismo antidemocrático?

La lista de Junts pel planteó unos comicios en el límite de lo admisible en una sociedad democrática. No sólo por mezclar unas elecciones parlamentarias con un plebiscito en el que, contra  toda lógica, sólo valdrían los escaños, beneficiándose  de la sobrerrepresentación de los distritos nacionalistas  de la Cataluña interior. Como ha calculado el profesor Vicenç Navarro, con una ley electoral proporcional Junts per habría obtenido 55 escaños y la CUP 12, a un diputado de la mayoría absoluta. Además, el candidato a la presidencia de la Generalitat, Artur Mas, figuraba en el número cuatro de la lista, tapado por un exdirigente de ICV, Raül Romeva, para evitar dar cuentas de una legislatura determinada  por los recortes y la corrupción, confiriendo una pátina progresista a la candidatura unitaria. De hecho, las diferencias internas impidieron que Junts pel pudiese presentar un programa, sino sólo doce puntos genéricos. De igual modo se convocaron las elecciones a principios de agosto, un mes políticamente inhábil, para evitar un debate en profundidad sobre las ventajas e inconvenientes  de la secesión y la campaña se inició coincidiendo con la Diada Nacional, ampliamente cubierta por la televisión pública catalana para aprovechar al máximo la subida de la adrenalina patriótica. Se trata, pues, de una calculada retorsión para lograr que una minoría de en torno al 35% o 40% del censo se transmutase  –favorecida por la ley electoral– en una mayoría absoluta parlamentaria. De hecho, los votos a favor de las dos listas independentistas, 1,9 millones, casi coinciden con los 1,8 millones de votos obtenidos  por la opción Sí-Sí en la consulta del 9N.

Este carácter escasamente democrático de los procedimientos del movimiento soberanista se elude insistiendo en la negativa del gobierno español en convocar un referéndum de autodeterminación (derecho a decidir en el lenguaje secesionista) y en la ausencia de ofertas para Cataluña desde el otro lado del Ebro. No obstante, cuando estas ofertas llegan son ninguneadas y despreciadas, como ocurre con las propuestas de reforma constitucional del PSOE o de Podemos respecto a la apertura de un proceso constituyente, donde se reconocería la plurinacionalidad del Estado y el referéndum de autodeterminación.


El estallido del sistema de partidos

La movilización independentista ha dinamitado  el sistema de partidos de la Cataluña autonómica. La ruptura de la histórica federación entre Convergència i Unió –tras años de tensiones– expresa el punto de inflexión y el carácter irreversible del giro soberanista de CDC, la formación hegemónica de la fede ración. El fracaso de Unió, que no ha logrado representación parlamentaria, podría explicarse por la tardanza con que decidió romper con Convergència, prácticamente  en la vís- pera de los comicios, pero también por la ausencia de espacio político para la llamada Tercera Vía en un panorama tan sumamente polarizado.

La lista unitaria, donde Convergència ejerce un papel hegemónico,  ha significado la práctica difuminación, por no decir desaparición, de Esquerra Republicana del escenario político. ERC, que encarnaba  los valores del catalanismo de izquierdas frente al nacionalismo  con- servador convergente, había logrado el sorpasso a CiU en las elecciones europeas  y un buen resultado en las municipales, lo cual parecía augurar que esta formación podía aspirar a ser el recambio hegemónico a Convergència en  el bloque  nacionalista.  Desde  el 9N se había negado enfáticamente  a diluirse en la lista unitaria y proclamado su determinación de concurrir con sus siglas el 27S. No obstante, en el último momento se plegó al doble chantaje de Mas, que amenazó con no convocar las elecciones o hacerlo arropado por las entidades soberanistas ANC, Ómnium Cultural y las figuras del star system nacionalista. De manera que volvió a ejercer el papel  subalterno  que  ha jugado con respecto al catalanismo conservador desde la reinstauración  de la democracia, con la única excepción de la apuesta de Carod-Rovira por el tripartito. Si, como todo parece indicar, se reedita la fórmula de Junts pel Sí en las legislativas españolas de diciembre, el futuro de ERC se presenta muy complicado.

El PSC, la segunda fuerza política de la Cataluña autonómica ha experimentado fuertes tensiones internas  que  parecían abocarle  un papel residual. Finalmente, la marcha de los sectores soberanistas ha permi- tido que los socialistas catalanes conectasen con las aspiraciones de sus bases sociales y electorales con un discurso sin ambigüedades  en el eje nacional. Ello, unido  a la excelente campaña de Miquel Iceta, ha posibilitado que evitasen la pronosticada debacle electoral y albergar esperan- zas en una hipotética remontada, imprescindible para que el PSOE pueda desbancar al PP de La Moncloa.

ICV-EUiA, que en la Cataluña autonómica  jugó un papel subalterno semejante al de ERC pero respecto  al PSC, apostó por concurrir con Podemos tapando  sus siglas en la lista de Catalunya í Que Es Pot. Ahora bien, mientras en el PSC los soberanistas han abandonado la formación, no ha ocurrido lo mismo en ICV- EUiA y además  Raül Romeva, uno de sus líderes, ha encabezado la lista de Junts pel Sí. El resultado electoral ha bordeado el desastre, pues han perdido dos escaños respecto a los 13 obtenidos  por la coalición ecosocialista en 2012. Ello a pesar de la intensa participación de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón en la campaña.  De alguna manera,  a CSQP se han trasladado las ambigüedades de ICV-EUiA respecto a la cuestión nacional, tanto es así que su cabeza de lista, Lluís Rabell, a pesar de su insistencia en el derecho a decidir fue incapaz  de responder a cual sería su opción en un referéndum de auto- determinación  y no pudo ocultar su condición de criptoindependentista. Esta indefinición, en unos comicios sobredeter- minados por la cuestión de la independencia, y con unas bases sociales mayoritariamente  no secesionistas,  han  propiciado los pésimos resultados electorales que comprometen las opciones de Pablo Iglesias en legislativas de diciembre

El impresionantascenso  dCiutadans,  con  25 diputados  735.419 votos (17,9%), es quizás el dato s relevante de la jornada electoral. Excepto Santa Coloma de Gramenet y  Cornellà, donde quedó a escasa distancia del PSC, se impuso en todos los feudos socialistas del Área Metropolitana, cumpliendo con el pronóstico de Albert Rivera, quien había predicho  que  el cinturón  rojo  se pintaría de naranja. El resultado en Nou Barris, el distrito de la ciudad de Barcelo- na con la renta s baja y tradicional feudo de la izquierda, es significativo. En las municipales de mayo Barcelona en Comú. Con Ada Colau al frente, se im- puso claramente con el 33,7% de los votos, seguida por el PSC (16,2%) y Cs (12,7%). Pero el 27S ganó Cs con el 22,7%, mientras CSQP solo obtuvo el 13,8%, casi veinte puntos menos que la lista de Ada Colau e incluso se vio superada por el PSC con el 18,4% de los votos. Así pues, si en las municipales se votó en clave so- cial y se impuso una alternativa nítidamente de izquierdas, en las autonómicas se hizo en clave nacional,  dejando  el mensaje  de que la clase trabajadora catalana se opone a la secesión y opta por una formación con una posición clara en este sentido que, además, entona un discurso vaga- mente regeneracionista y nítidamente populista frente a PP y PSOE

Del estallido del sistema de partidos  pueden  extraerse las siguientes conclusiones:

1) El giro soberanista del nacionalismo catalán ha achica- do el espacio del catalanismo  donde anteriormente podían incluirse Unió, PSC e ICV-EUiA y ha incrementado  la fuerza de  un partidextramuros  decatalanismo como Cs. El éxito de Ciutadans en los distritos obreros indica que la presión secesionista puede provocar a medio plazo un movimiento de unificación en clave españolista. 

2) Las formaciones de izquierda han sido las principales perjudicadas por la polarización nacionalista,  y han  obtenido el peor resultado de la historia. En el 2012, si sumamos  los resultados de ERC, PSC, ICV-EUiA y CUP lograron 1,5 millones de votos y 57 escaños (41,5%); ahora si sumamos  PSC, CSQP y CUP sacan 1,2 millones de votos y 37 diputados (30,8%).

Las contradicciones de la CUP

El endiablado resultado electoral otorga a la CUP la llave de la gobernabilidad  de Cataluña y del proceso soberanista.  La base social de la izquierda independentista está formada fundamentalmente por la juventud de las clases medias catalano-parlantes que la crisis ha dejado sin perspectivas y en vías de proletarización.

La CUP se halla atravesada por una contradicción insoluble. En el eje social plantea un programa anticapitalista radical que les aleja de las clases medias convergentes y que busca la im- plantación entre las clases trabajadoras del país. Sin embargo, en el eje nacional, propugna un independentismo igualmente radical que aboga por la creación de un Estado en el ámbito de los Països Catalans que les separa de la clase trabajadora de ori- gen inmigrante que rechaza la secesión y que, como se ha visto el 27S, se ha decantado  por  Cs. Esta contradicción  se traslada  al interior de la formación en torno a dos sectores: el articulado en torno al antiguo Moviment de Defensa de la Terra (MDT), ahora Poble Lliure, donde  opera el vector nacionalista, y el sector Endavant donde domina la cuestión social.

Estos comicios han sacado a la de cierta marginalidad política y les ha otorgado un papel decisivo en la política catalana, pero con un elevado riesgo de podría conducirles al estallido. En efecto, uno de los ejes de su campaña  fue el reiterado compromiso  de no investir a Artur Mas. Si hacen honor a este compromiso  se enfrentarían  con todo el peso del potente aparato mediático convergente que les acusaría de hacer el juego al españolismo, al provocar la convocatoria de nuevas elecciones y poner en peligro el proceso soberanista. Si, por el contrario, ceden a las exigencias de Junts pel Sí que, en ningún caso están dispuestos a renunciar al liderazgo de Mas, serían acusados de comportarse como los demás partidos y de plegarse, como ERC, al chantaje de Convergència. En cualquiera de las dos opciones se pone en peligro la cohesión interna de la formación que podría estallar en dos pedazos, profundizando en el estallido del sistema de partidos catalán.

Para orillar estas contradicciones,  en el momento  de escribirse estas líneas parece abrirse camino la fórmula de facilitar una presidencia simbólica a Mas a cambio de que Junts pel Sí asuma parte del programa  social de CUP. No obstante,  un acuerdo de estas características presenta grandes dificultades, pues  las fuerzas económicas  y sociales que  apoyan  a Convergència difícilmente podrían asumir un programa social que cuestione el neoliberalismo de esta formación. Además, la CUP parece dispuesta a acabar con la prolongada espera del procés y poner en marcha de modo inmediato y sin marcha atrás el proceso de desconexión con España, lo cual puede desatar las contradicciones internas de Junts per Sí, particularmente entre el sector posibilista de Convergència y el maximalista de ERC.

Compás de espera

Las dificultades para alcanzar un acuerdo entre Junts pel y CUP, unido a la proximidad de las legislativas españolas, apuntan a que la política catalana  se instalará en un compás de espera hasta los comicios estatales, que podrían facilitar una vía de diálogo o enconar  aún más el conflicto. El primer supuesto  pasaría por un ejecutivo de coalición o un pacto de legislatura entre PSOE o Podemos; en el segundo, un gobierno o un acuerdo de legislatura bajo la presidencia del PP o PSOE pero con el concurso de Ciutatans. Esto sin descartar  un resultado endiablado,  donde  una eventual reedición de Junts pel Sí a las cámaras españolas dis- pusiera de la llave de gobernabilidad del Estado como en los tiempos de Jordi Pujol.

La contradictoria  victoria de las fuerzas que han ganado las pero han perdido el plebiscito, se alza como un escollo difícil de sortear para emprender  por la vía rápida la ruta hacia la secesión que, desde luego, no contaría con el reconocimiento de la comunidad internacional y que, como se ha prefigurado en estos comicios, podría cristalizar en una efectiva fractura social. Ahora bien, la única propuesta  de Convergència y sus aliados en Junts pel el 27S ha sido precisamente la consecución prácticamente  inmediata, en 18 meses, de la independencia. Esto les aísla de cualquier aliado parlamentario excepto la CUP, lo cual dibuja un panorama de extremada inestabilidad, incluso en el caso de que la formación de la izquierda independentista decidiera ceder a la presión e invistiera a Mas.


Finalmente, no hemos de perder de vista otro supuesto. Acaso el objetivo de Convergència, que tras la etapa pujolista está abocada a la refundación, no sea conseguir el Estado pro- pio, cuya extrema improbabilidad no puede ignorar, sino cons- truir una nueva formación hegemónica de la política catalana donde se catalizarían las aspiraciones de las clases medias y donde el objetivo de la independencia proporcionaría aliento y munición política a una generación.

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